Entre sábanas de invierno
He amanecido temprano. Lo primero que he hecho ha sido mirar hacia el otro lado de la cama. Estaba vacío, como siempre. Y, aun así, por un instante, no lo he sentido así. He visto tu rostro. Sobresalía entre las sábanas y colchas, desde los pies hasta el cuello, como un dios egipcio envuelto en su sudario. Inmóvil. Apenas un gesto. Una leve sonrisa que hacía brillar tus mejillas. He sonreído también. Extendí la mano, acaricié tu rostro imaginado. Antes de levantarme, te arropé con el edredón, como si realmente estuvieras ahí, como si el sueño de un sábado de invierno sostuviera algo que no podía sostenerse del todo. Me quedé un momento en el borde de la cama. Observé las arrugas de las sábanas, la forma que aún conservan de ti, lo que permanece, lo que se ha ido. Escuché el silencio. No busqué que fuera distinto. Solo lo dejé ser. Salí a la cocina con la sensación de no haber despertado del todo. Preparé un café solo, fuerte. Encendí un cigarro y me apoyé en la ventana. La luz entraba ...