Sobre los que no se asustan

 




Anoche leí una frase de Bertrand Russell que decía que la inteligencia se mide por la cantidad de incertidumbre que uno puede soportar.

Me quedé dando vueltas tratando de interpretarla. Tomé nota e intenté dormir, pero lo cierto es que me ha costado hacerlo profundamente.

Suena tan simple que casi se pasa de largo, pero tiene algo muy cierto: a veces no soportamos no entender.

¿Podemos vivir continuamente entre signos de interrogación?

¿Es difícil aprender? Me he levantado pensando en ello. Quizá lo realmente difícil sea quedarse tranquilo cuando nada encaja.

No correr a explicarlo todo, no fabricar razones sólo para dormir mejor.

Creo que me gusta haber aprendido a quedarme en ese hueco sin llenarlo, sin necesitar tener razón.

Poder decir “no sé” sin vergüenza.

No convertir la duda en enemiga, sino en compañera.

Soportar el no saber, y seguir ahí, sin disfrazar el miedo, se ha convertido en la forma más honesta de inteligencia que puedo mostrar.

No tengo miedo.

 


No tengo miedo 

El pensamiento,
maquínico,
tiembla en su propio eje.
Produce sin buscar sentido.

Se alimenta de fallas,
de un movimiento sin destino,
donde cada error es comienzo.
 
La idea se agota antes de llegar,
permanezco sin afirmación.

El orden tampoco llega;
se suceden fragmentos,
fragmentos que no quieren plegarse.
 
El lenguaje tantea suavemente sobre su propio borde:
no dice nada,
recuerda que decir es errar.
 
Respiro sobre la duda.
Cuando la entiendo, muere.

Empieza el temblor,
la inteligencia como deriva,
claridad escondida de las miradas ajenas,
obediencia sin objeto,
espera sin promesa.
 

G.G.


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