Sencillez
Lo entendi caminando. No de golpe, no como se entienden las cosas que tienen nombre o teoría, sino del modo en que se digieren los días de lluvia, mojándome un poco más cada vez, hasta que la ropa deja de pesar y el cuerpo, finalmente, se acostumbra. ¡Ay las costumbres! Qué malas compañeras a veces. No sabía por qué andaba. Bueno si, claro que si. Siempre lo sé, aún estando equivocado. Pero lo olvido, y ese olvido, curioso, es precisamente lo que me da alivio. Si, porque cuando dejas de tener un motivo, todo lo que ocurre deja de decepcionar. A veces bastaba una fuente de piedra, o un perro ladrando tras una valla vieja que me hacía brincar del susto y luego reírme de mi mismo. Pequeñas cosas. Bastaba el primer café del día, la presencia muda del peregrino que me acompaña, el sonido de su voz señalando que era hora de volver a empezar. Bastaban las sombras frescas de las iglesias, los lavaderos en el camino, incluso lo que no tenían ni gota de agua, las casas con ro...