El club del talón
Siempre creemos que podemos contenerlos, que nuestra boca es fuerte como una bóveda y que nuestra memoria se comportará como una piedra compacta, sin grietas, incapaz de dejar escapar un hilo de aire. Pero los secretos no se conforman con el encierro, se mueven, se convierten en peso, reclaman fugarse, y en el momento menos pensado se nos escapan como humo por la comisura de una frase. Los utilizamos como justificación de nuestros propios errores, para salvarnos de un reproche, para justificar nuestros actos o alcanzar nuestros deseos. De pronto, nos vemos empuñando un arma que nunca planeamos utilizar. Nos sentimos acorralados, y recurrimos a cualquier cosa que nos permita mantenernos a flote. Hoy no me siento bien. Comprender que nunca se es tan leal como creías, que la honestidad absoluta no era más que una fantasía con la que adornar mi fragilidad, me entristece. Servirme de aquello que callaba, colocarlo encima de la mesa como un salvoconducto, como una prueba innecesaria pa...