Sencillez


 

Lo entendi caminando. No de golpe, no como se entienden las cosas que tienen nombre o teoría, sino del modo en que se digieren los días de lluvia, mojándome un poco más cada vez, hasta que la ropa deja de pesar y el cuerpo, finalmente, se acostumbra.

¡Ay las costumbres! Qué malas compañeras a veces.

No sabía por qué andaba. Bueno si, claro que si. Siempre lo sé, aún estando equivocado. Pero lo olvido, y ese olvido, curioso, es precisamente lo que me da  alivio. Si, porque cuando dejas de tener un motivo, todo lo que ocurre deja de decepcionar. 

A veces bastaba una fuente de piedra, o un perro ladrando tras una valla vieja que me hacía brincar del susto y luego reírme de mi mismo. Pequeñas cosas. Bastaba el primer café del día, la presencia muda del peregrino que me acompaña, el sonido de su voz señalando que era hora de volver a empezar. Bastaban las sombras frescas de las iglesias, los lavaderos en el camino, incluso lo que no tenían ni gota de agua, las casas con ropa tendida que parecía saludarte al pasar. Bastaba Carmiña, la corredora octogenaria que te bajaba agua al observarte sediento desde su ventana, y te ofrecía un bocadillo mientras contaba historias de otros tiempos, con nostalgia, y de futuros probables, con ilusión. Quería irse a Tenerife, tenía allí un piso, decía que aquí en Galicia ya no le quedaba mucho que hacer. Te lo contaba sin tristeza. Como quien ya ha decidido partir, pero aún le queda cariño por el lugar del que viene. Aunque he de decir, que me contó haberse criado en Vizcaya... eso si es camino...

Bastaba estar ahí, quieto, sin querer contarle a nadie lo que sentía. Porque eso, lo que sentía, ni siquiera yo sabía cómo nombrarlo. Y era mejor así. Los días parecían iguales. Pero no. No lo fueron. Los pasos tampoco lo fueron, aunque se parecieran. Las conversaciones mínimas, esas que a veces duran apenas un gesto, no cesaron, pero tampoco fueron eternas.

El Camino, más que mostrarme algo, me está limando. En esta ocasión, no vine a encontrar, si no a entender que menos es más, menos carga, menos voces, menos pasado... más conocimiento, más energía, más felicidad...

Es mejor no entender. A veces, el descanso llega cuando uno renuncia a tener razón. No porque no la tengas, sino porque realmemte no importa. Nada me faltó. Nada que realmente necesitara. Y aquello que he soltado, es lo que me hizo sitio dentro para lo que está por venir.

¿Y llegar? ¿dónde?. Lo realmemte  importante es  seguir, levantarse cada mañana pensando en la siguiente etapa, sin perder la ilusión.

Ahora estoy sentado en el tren, de regreso a casa, cansado pero sereno.

Mañana de nuevo, estaré trabajando, duchado, limpio, con otro paisaje en la ventana, el mismo de hace unos dias, sin embargo, una parte de mi no estará, y no, no me refiero al lugar, sino a la manera de estar presente, a la manera de andar, de mirar, de decir menos, de esperar poco, de estar más.

G.G.


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