Vivir

 


Convertí cada gesto en un terreno minado, en un laberinto de interpretaciones que se enroscan sobre sí mismas y vuelven sobre mis propios pasos, cargando conmigo la maquinaria heredada, piezas que no pedí y tornillos que no sabía cómo apretar, y aún así pretendo que encajen, pero el equilibrio no depende de mis manos torpes. 

A veces escucho desde un ángulo inclinado, con la costumbre pegada a la piel de confundir ruido con señal, de pensar que cada golpe de luz es un mensaje, hasta que la luz misma se equivoca, tantea, se desplaza, buscando el sitio donde caer y quedarse, sin herir, sin hacer ruido. 

El silencio es un corredor sin fin, un pasillo donde las voces se acomodan, se mueven entre sombras, ensayan claridad intentando ponerse un traje demasiado grande y luego demasiado estrecho, y apenas después, con cautela, intentan pronunciarse. 

Aquí estoy, afinando la escucha.
Desmontando un motor antiguo, desarmando defensas que creía firmes, intentándolo con voluntad para leer tu pensamiento sin convertirlo en amenaza, para dejar de traducirlo y empezar a entenderlo tal cual llega, tal cual existe. 

Pido perdón por las sombras que proyecté donde no había nada que temer, por el temblor que creí advertencia y no era más que silencio, por la torpeza que confundió calma con emboscada. 

Me despido en silencio, con la gratitud intacta, buscando la luz sin mis viejas interferencias, dejándome guiar por un resplandor que ya no necesita comprensión, sólo presencia.

El aire se siente limpio, fresco y el sendero verde.

G.G.

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