Va por vosotras
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| La pura imagen de la felicidad |
Ayer me acerqué a ver a Charo, María, Ana Belén y Elena. Tres de ellas
fueron antiguas compañeras de una vida laboral anterior. Charo y María
compartieron conmigo momentos e historias cotidianas, además de laborales.
Hay cosas que nunca se olvidan, y personas que dejan huellas que no se
deben borrar.
Hacía diecinueve años que no nos veíamos. Cosas de la vida. Coincidiendo
con la presentación en redes de mi libro Mente en blanco, Charo lo vio y
me escribió enseguida. Ella vive en Zaragoza, con su marido y sus hijos.
Durante todos estos años de distancia solo cruzamos algunos mensajes cortos por
WhatsApp: para felicitarnos por Navidad, algún cumpleaños o simplemente para
saber cómo estábamos. Aun así, existía entre nosotros algo que nos unió años
atrás, algo que no se puede describir con palabras. Fue la única con la que me
había comunicado en estos diecinueve años.
Hablamos el viernes por la noche para tratar de vernos el sábado. A media
tarde, hacia las 17:30 h, quedamos en la entrada del parque del Retiro que da a
la Puerta de Alcalá. Era una tarde otoñal. Las cuatro querían que les llevara
mi nuevo libro de poesía. Después de comer me senté a escribir una dedicatoria
personalizada para cada una de ellas.
La felicidad me invadió. En ese instante sentí que cada día era un poco más
feliz que el anterior. Incluso escribí un mensaje de WhatsApp para contarlo a
una de las personas más importantes de mi vida en estos momentos, por lo que le
corresponde, por agradecimiento.
Llegué unos cinco minutos antes que ellas. Al no ver a nadie, llamé a
Charo, pero no me contestó. Me acerqué a la entrada para observar a la gente
caminar. Unos con más alegría, otros con más prisa, y algunos, los que faltan,
que pasan inadvertidos.
Entonces sonó el teléfono, era Charo. Me dijo que estaban al otro lado de
la calle. Miré en la dirección que me indicó, y allí estaba; la misma de
siempre, con la misma sonrisa, el mismo peinado, el mismo movimiento corporal… y
una enorme ilusión por verme que era capaz de percibir incluso a cien metros de
distancia. Aceleró el paso, casi como si fuera a salir corriendo hacia mí. Yo
hice lo mismo. Su sonrisa me contagió en un instante. Nos abrazamos.
Cuando llegaron las demás, me presentaron a sus hijos y parejas. María
estaba frente a mí. No habíamos tenido tanto contacto durante estos años entre
Barcelona y México, pero sigue siendo un ser humano especial. Nunca la he visto
perder la sonrisa, una sonrisa muy particular, la misma expresión de humanidad
que tanto echamos de menos más a menudo de lo que quisiéramos.
Ana Belén no tardó en iniciar conversación. Me había visto meses atrás
paseando por Las Rosas con una mujer, pero no se atrevió a decirme nada porque
no se acordaba de mi nombre. Yo tampoco la hubiera reconocido; de hecho, cuando
Charo la mencionó, no lograba ponerle cara… hasta que la tuve delante.
Elena había trabajado en un proyecto en Estados Unidos paralelo al nuestro.
No recordaba haberla conocido entonces, aunque a medida que pasaban los minutos
su rostro me resultaba familiar. Quizá fuera porque, en esos instantes en que
los seres humanos somos capaces de crear un ambiente especial de seguridad,
todo nos resulta familiar; familiar como la cara amable del mundo, esa de la
que habla la canción de Rozalén.
Decidimos sentarnos en un café del Retiro, y la magia hizo el resto. Hacía
mucho, mucho tiempo que no me sentía tan yo, tan feliz, tan libre. Esas cuatro
mujeres crearon un ambiente en el que me hicieron sentir el eje central del
encuentro.
Hablamos de mi libro y del porqué lo había escrito, pero pronto empezamos a
chismear, sí, esos chismes que tanto nos gustan a los mortales. Aquellos que no
habían salido a la luz 19 años atrás brotaron en apenas cuarenta y cinco
minutos, cuarenta y cinco minutos de risas, de carcajadas que se contagiaron al
resto de los presentes. Una felicidad que nos llevamos dentro del cuerpo y que
hoy todavía siento en mí.
Gracias, Charo, María, Ana Belén y Elena.
Ayer no vinisteis a comprar mi libro, ayer vinisteis a hacerme realmente
feliz.
Va por vosotras.
PD: Y como las promesas no son discursos, son acciones (Marina Garcés), pronto publicaré ese texto sobre chismes del que hablamos ayer. Porque lo dije, por que nos lo merecemos, porque en la vida, hay que reir.
G.G.

Que bien hermano, como me alegro de ese reencuentro. Siempre dejas huella!!!!!❤️❤️❤️
ResponderEliminarTe quiero hermana
EliminarLa felicidad fue mutua al reencontrarnos por fin tantos años después. Claro que sí, hay que reír y estar con la gente que nos hace ser más felices.
ResponderEliminarFue genial
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