Amor en primera persona

 


Foto de Jamez Picard en Unsplash


Llevo tiempo leyendo filosofía sobre el amor, explorando ideas y pensamientos de quienes han tratado de comprenderlo antes que yo. Hoy me atrevo a enfrentarme al amor desde un lugar más reflexivo, desde un momento en que puedo detenerme a pensar en él y en cómo lo vivo realmente. No en el amor que me enseñaron, sino en el que experimento cada día. Este texto es un intento de expresar lo que para mí significa amar, sin fórmulas, sin gestos aprendidos, con libertad, lucidez y alegría.

Aquí comparto reflexiones, aprendizajes y conclusiones que surgen del estudio de Aristóteles, Kant, Fromm, Nietzsche y Simone Weil, pero también de la experiencia propia. Lo que sigue no es un tratado ni un manual: es un recorrido personal, un diálogo íntimo entre pensamiento y sentimiento, entre razón y emoción, que intenta captar la esencia de amar en la vida cotidiana.

Cuando me detengo a pensar en el amor, no en el que me enseñaron, sino en el que realmente vivo, empiezo a comprender que amar es mucho más que un conjunto de gestos aprendidos a lo largo de los años. Es una forma de libertad, de lucidez y de alegría que se despliega conmigo a cada paso, invito a mi pensamiento a celebrar lo que siento.

Cuando estudié a Aristóteles pensé que la amistad perfecta es aquella en la que ambos crecen y se potencian mutuamente. Cuando aplico esa idea al amor, noto algo profundamente hermoso: la alegría de ver crecer a la persona que amo sin que ese crecimiento me reste nada. Al contrario, siento que cuanto más se expande el otro, más se expande también el espacio donde puedo ser yo mismo, un espacio que no se divide, sino que se agranda conmigo. Como él decía, “la amistad perfecta es la de los buenos y semejantes que se desean el bien mutuamente por el bien de cada uno.”

Kant, mi querido Kant, tan serio y riguroso, me enseñó que el otro debe ser siempre un fin en sí mismo. Él afirma que “obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin en sí mismo y nunca solamente como un medio.” Cuando hago mía esa idea, no se vuelve opresiva; al contrario, se me enciende una luz. Me confirmo en que amar es celebrar la autonomía del otro, admirar su forma única de estar en el mundo y permitirle respirar con su propia libertad. En ese respeto surge una alegría suave, discreta, como un secreto compartido, nacida del reconocimiento mutuo sin posesión.

Ayer compré un libro de Fromm porque su título me inspira profundamente. En El arte de amar él explica que el amor auténtico está compuesto por cuidado, responsabilidad, respeto y conocimiento. Yo intento practicar el amor como un arte, día tras día. Trato de escuchar con atención, de cuidar sin invadir, de interesarme por lo que no entiendo. Fromm me dice que “en el acto mismo de dar experimento mi fuerza, mi riqueza, mi poder.” Esa práctica no me supone una carga; me despierta, me afina, me hace sentir más vivo, más capaz de percibir los matices de un vínculo dispuesto a crecer. También me enseña que “el amor maduro dice: te necesito porque te amo,” y comprendo que amar no es necesidad sino elección consciente, a pesar de todo.

Y no puedo dejar de mencionar a Nietzsche, con su desconfianza saludable hacia tantas ilusiones. Me enseñó que amar es afirmar la vida. Cuando afirmo la vida junto a alguien, siento un impulso nuevo, una energía inagotable. Decir sí al paso del tiempo, a los cambios del otro, a mis propias contradicciones me libera. Ya no necesito defenderme ni temer al cambio; lo abrazo, y esa valentía me llena. Él decía que debemos aprender a amar la vida tal como es, con sus desafíos y contradicciones, y así es; así lo veo hoy.

Simone Weil me habla del amor desde un punto de vista más profundo, más puro, y cuando digo “me habla”, lo digo intencionadamente, Simone siempre deja todo abierto a la propia interpretación. Cuando presto atención para comprender, algo cambia dentro de mí. Mi presencia se vuelve más ligera, más real. Miro sin apropiarme, escucho sin planear la respuesta, acompaño sin empujar. Estar presente de esta manera tiene una alegría doméstica, que permanece mucho después del momento. Como ella dice, “atender es la forma más alta de amor.”

Todo esto me lleva a una conclusión profunda. Amar no es un sacrificio ni una hazaña para héroes. Amar, en su forma más genuina, es una manera inteligente y consciente de vivir, mi forma personal de estar en el mundo. Elegir con calma, comprometerme sin perderme, confiar sin levantar murallas, crecer sin expectativas externas, avanzar sin miedo.

Ahora comprendo algo esencial que no supe entender a tiempo: cuando pienso el amor, no necesito volverlo pesado, lo vuelvo mío. Lo agrando. Me permito vivirlo con alegría y conciencia, con lucidez amable y con facilidad para sentirse per se.

Y es que, al final, amar así, con pensamiento y alegría, con profundidad y ligereza, es una de las formas más hermosas de habitar mi propio yo, mi mundo, mi vida. Es la manera en que he decidido acompañar y ser acompañado, sin temor, sin muros, con una sonrisa que sabe mucho más de lo que realmente dice.

Me permito, guiado por el pensamiento puro de Simone Weil, terminar con una lista de palabras sobre las que pensar profundamente:

Amar.
Elegir.
Cuidar.
Respetar.
Atender.
Dar.
Crecer.
Observar.
Escuchar.
Preservar.
Respirar.
Ternura.
Silencio.
Luz.
Alegría.
Renovar.
Acompañar.
Libertad.
Confianza.
Espacio.
Sonreír.
Vivir.

G.G.


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