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Mostrando entradas de julio, 2025

Tabaco

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Te has despertado a las 5.00 a. m. Sentías miedo. Miedo y frío. Un miedo provocado por el vértigo que produce vivir el presente sin poder desligarlo de un futuro que todavía no existe. Las manos no saben qué hacer. Te sientas, respiras, y ahí están, como dos animales asustados, buscando un cigarro que ya no tienes. Te las miras. Se agitan, golpean la mesa, se esconden bajo el muslo, piden algo. El cuerpo va más lento que la voluntad. La decisión de no fumar llegó antes que el cuerpo, y ahora las manos se han quedado huérfanas. El móvil. Lo tocas, aunque no haya motivo. Lo desbloqueas, deslizas, finges que hay un mensaje nuevo. No lo hay. No pasa nada. No puedes sostener el presente sin una excusa. El silencio se ha vuelto demasiado real y necesitas taparlo con un gesto. Promesas, rutinas, formas de pensar que no dejaste de repetirte una y otra vez hasta creerlas ciertas. Café que tomas, aunque no quieras. Respuestas que das, aunque ya no piensas igual. Renuncias que hicis...

Quinqué

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  No hay principio ni fin, solo un espacio donde se cruzan las corrientes invisibles. Un lugar sin dueño, donde el tiempo se pliega y el silencio habla sin voz. Tengo lo justo. Ni antes ni después. No pido ni espero. Celebro que llegue. Que no sea por falta, que sea por fiesta.   Cruza el umbral donde la luz ha decidido posarse, sin motivo, porque sí.   Trae tu silencio. Si hay fuego, dejémoslo en medio, como quinqué que alumbra sin elegir a quién.   Si me hablas, hazlo con palabras que no quieran quedarse, pero sepan volver.   Si te quedas, hazlo como el agua, acomodando su forma al cauce. La corriente sabe dónde estamos incluso cuando el cuerpo no toca cuerpo.   No hay que seguirse, hay que encontrarse. Nada pesa. No hay vitrinas, ni etiquetas, ni fechas.   Si un día no volvemos, no será ausencia, será otra forma de seguir siendo. G.G.

Mérida

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Templo de Diana. Mérida. (Mucho mejor en horizontal) Algo que no tiene nombre, pero está (gracias Luz, gracias Julio, gracias Juan).   A veces me pasa que necesito escribir. No para contar lo que ha pasado, sino para fijar lo que siento mientras está pasando. Antes de que se diluya. Antes de que la memoria lo vuelva relato y no emoción. Me ocurre cuando algo me atraviesa con esa mezcla tan difícil de explicar entre calma, gratitud y el sentirme vivo. Y sé que, si no lo escribo ahora, tal vez no lo escriba nunca. Porque más tarde recordaré lo sucedido, pero ya no será lo mismo. No sentiré esta claridad, este impulso que ahora me lleva, casi sin darme cuenta, a intentar poner en palabras lo que me pasa como persona, como alguien en transformación, en cambio constante, que se busca y se encuentra de nuevas formas. Porque dentro de mí se está moviendo algo esencial. Mi forma de escuchar, que ya no quiere anticipar respuestas ni interpretar silencios como amenazas. Mi forma d...

Enamorado

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  Enamorado,  pero no de nadie. No como un poeta.  Ni como los tristes.  Simplemente, enamorado de estar.   Enamorado.   De la vida,  cuando no sabe que ya empezó el día.  Del sol,  colándose por las rendijas sin haber sido invitado,  como esas cosas viejas que insisten en quedarse en escena.  Del vapor del café,  subiendo,  bailando por alguien,  bailando por mí.  De esas personas que saludan sin forzar la cara.  De esas otras, que preguntan cómo estás y se quedan, aunque tardes en contestar.  De los árboles,  que dejan caer sus hojas sin miedo en otoño.  De las flores,  que explotan en primavera,  como si nadie las mirara.  De las cicatrices,  discretas,  silenciosas. Te hacen caminar de un modo diferente.  De los que ayudan,  sin girar la cabeza.  De los que escuchan sin pensar, ¿qué dirás después?  De la risa,  La que se cuela en momento...

Desnudo

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Cada noche me acuesto con la esperanza de dormirme rápido, como si cerrar los ojos pudiera apagar también todo lo que gira en mi cabeza. Pero el silencio nunca es silencio, y la oscuridad no se calla. A veces una frase se queda atrapada, o un recuerdo que no termina de irse. Entonces me levanto, abro OneNote, porque sé que necesito escribirlo, no puedo dejarlo pasar. Las cosas se alejan solas. No hace falta empujarlas. Un día descubres que hay llamadas que ya no haces, palabras que no repites, lugares a los que no te apetece volver. La gente que no te quiere de verdad empieza a desaparecer como vapor en el espejo. Y no lo echas de menos. Solo queda aire limpio para respirar. Aprender a estar desnudo no es cuestión de piel. Es dejar caer lo que sobra, lo que duele sin merecerlo, las palabras vacías, los ruidos que no son tuyos. Quedarte con nada más que lo que late dentro, sin consultar a nadie, sin esconderte.  Ciertas risas, en cambio, se te quedan pegadas al cuerpo. Risas que sue...

Ensayo previo

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El vestido no encajaba con la hora. Había algo desplazado en el cristal de la ventana y el reflejo llegaba tarde. Los labios habían ensayado demasiado. El pasillo no tenía fin. Una uña mordida. Torpeza entre los botones. La lámpara parpadeó. Alguien sonó en la escalera. No subió. Se notaba en los tobillos, aun hinchados, un temblor. Una servilleta arrugada en el puño cerrado. Y en los ojos, una manera distinta de mirar sin mirar. Instinto animal. G.G.

Suerte la mía

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Tengo amigos de verdad. Esos que son familia y hacen que  la vida se vuelva seria y tierna a la vez.  No preguntan,  saben.  No juzgan, miran.  No cuentan el tiempo con relojes.  Lo miden en presencia.  Ayer, en el cincuenta cumpleaños de uno de ellos, me sentí más yo que nunca. La gratitud no siempre cabe en las palabras.   A veces se dice con miradas,  con abrazos que duran,  con un cuerpo suelto que se sabe a salvo. Estuve con quienes saben sostenerme cuando las cosas se tambalean. Con quienes saben como hacerme encajar los miedos,  y con quienes la felicidad no necesita testigos para convertirse en real. Gracias.  Por no pedir explicaciones, tenéis memoria.  Por permanecer,  incluso cuando me vuelvo difícil, torpe, silencioso.  Por estar sin estar cada día.  Por reír otra vez con el alma.  Por hacer sitio sin avisar.  Ayer fui feliz.  Esa felicidad que no quiere foto.  La que anida en...

Fiesta mínima

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  La tierra está seca, pero las ventanas dejan pasar el aire, y a veces, hasta un gato curioso. El sol no promete. Calienta, y no se enfada si te echas la siesta. No hay canto en el aire, solo el ruido de la vida que a veces tropieza, se levanta, no le gusta el suelo. La alegría es una ventana abierta. Respiro. Carcajada inesperada. Se respira, se está, viva la fiesta. G.G.

A pesar del aire

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En la oscura noche de Adelfas No consigo dormir, a pesar de que corre el aire. La noche arde, no por la temperatura. Es un calor que no se mide en grados, lo hace en pensamientos que hierven, como olas rompiendo contra las rocas, allí donde el acantilado del parador vigila la orilla. No es bochorno de verano. Es rayo de sol que se cuela entre las ramas del peral, cuando aún no hay fruto, cuando todo es promesa y tensión. Es un calor que viene de adentro, de saberse sintiendo, de ese momento en que el cuerpo no tiene frío pero el alma, de alguna manera, se inflama. (Estoy vivo. Y eso, a veces, quema) G.G.

Sencillez

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  Lo entendi caminando. No de golpe, no como se entienden las cosas que tienen nombre o teoría, sino del modo en que se digieren los días de lluvia, mojándome un poco más cada vez, hasta que la ropa deja de pesar y el cuerpo, finalmente, se acostumbra. ¡Ay las costumbres! Qué malas compañeras a veces. No sabía por qué andaba. Bueno si, claro que si. Siempre lo sé, aún estando equivocado. Pero lo olvido, y ese olvido, curioso, es precisamente lo que me da  alivio. Si, porque cuando dejas de tener un motivo, todo lo que ocurre deja de decepcionar.  A veces bastaba una fuente de piedra, o un perro ladrando tras una valla vieja que me hacía brincar del susto y luego reírme de mi mismo. Pequeñas cosas. Bastaba el primer café del día, la presencia muda del peregrino que me acompaña, el sonido de su voz señalando que era hora de volver a empezar. Bastaban las sombras frescas de las iglesias, los lavaderos en el camino, incluso lo que no tenían ni gota de agua, las casas con ro...

Amor "bonito"

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Llamar bonito al amor es coser con hilos de oro una tela que no quiere cerrarse. El amor no nació para vitrinas ni molduras. No adorna. No embellece. No cierra. Pliega. Interrumpe. Deshace. Es más pliegue que superficie, más fractura que promesa. Y “bonito”, tan obediente, tan limpio, tan de catálogo, es el dobladillo prolijo cosido sobre el desgarro. Lo visible cuando se esconde lo que roza, lo que pincha, lo que aún sangra aunque parezca planchado. Hay quien llama bonito al amor que no duele, al que no toca, al que se deja estar sin tocar nada. Pero, ¿qué vínculo real no incomoda alguna parte del yo? ¿Qué roce verdadero no descoloca, aunque sea un poco, aunque sea sin querer? Si existe algo como el amor bonito, no será el que calma, sino el que no exige disfraz. El que se permite ser inútil, torpe, sin destino. Que no completa, no cura, no enseña. Pero tampoco huye. Un amor sin moraleja. Sin escenografía. Donde el temblor no se corrige. Se acompaña. G.G.

Mi Camino 12/07/2025

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Hace justo un año, en agosto de 2024, inicié el Camino de Santiago desde Oporto y terminé en Tui. Fue un viaje profundamente especial. Estaba atravesando un momento muy complicado en mi vida, y ese trayecto en solitario me ayudó a centrarme en lo realmente importante, en mí. Pero no desde un lugar egoísta, sino desde el deseo de recuperarme, reconstruirme, y volver a enlazar todos esos pedazos inconexos que formaban un yo que entonces se sentía pequeño, perdido e insignificante. Un año después, mucho más entero, tras volver a leer, a escribir, a expresar mis sentimientos sin temor a que eso supusiera rechazo, comprendiendo que uno debe amarse tal y como es, y por tanto, también acompañarse de quien entienda eso del mismo modo, decidí retomar el viaje. Esta vez, como cierre y colofón de un ciclo. Y no fui solo. Me acompañó mi querido amigo Edgar Ariel, quien ha estado a mi lado durante todo este proceso de deconstrucción personal. El Camino no ha cambiado mi vida. Mi vida la cambié y...

Sarcasmo

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Será que me recuerda que el lenguaje no nació para decir la verdad, sino para decirla mal. Me hace reír, y no un poco, no. Me hace reír con esa risa que cura la úlcera que provoca tomarse en serio sin necesidad. Esa risa que descompone lo solemne, como una carcajada en mitad de un funeral. La ironía es mi deporte de riesgo favorito. Uno se lanza con la frase más obvia, y aterriza en lo opuesto sin despeinarse, la ironía es una flor invertida, como las brevas, el primer fruto del intelecto. No requiere más herramientas, que un tono y una pausa, pero ¡ay! El que no entienda el código, lo tomará personal, lo convertirá en drama, entonces la risa se vuelve clandestina, a veces, un secreto a voces. Me encanta el arte de decir lo que no es, tan cargado de verdad, que sólo los atentos la escuchan. Como si la auto-censura, no te permitiera hablar de frente y necesitaras un espejo roto para mostrarte entero. G.G.

Aburrimiento

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  No creo que el aburrimiento sea, como tantas veces se repite, una falta de estímulos o una ausencia de ocupación. Tampoco lo confundo con la contemplación, que para mí, a diferencia de quienes la degradan con ligereza, es un acto altísimo de presencia, un modo de estar en el mundo con todos los sentidos disponibles. El aburrimiento al que me refiero es otra cosa. Más sutil, más grave, más íntimo. Es el síntoma de un desequilibrio profundo entre cuerpo y pensamiento. Como si en lugar de colaborar, se boicotearan mutuamente. El cuerpo pide moverse, pero no encuentra dirección. El pensamiento gira, pero sin eje. Y entre ambos, como un puente cortado por la mitad, queda un vacío lleno de ruido. No es silencio. Me viene a la cabeza el poema corto de Fina García Marruz, "Cine mudo",  y cito, "No es que falte el sonido, es que tiene el silencio", y no por relacionarlo con el aburrimiento que pretendo mostrar, sino por contraponerlo. El aburrimiento del que hablo, es u...

Amistad infalible

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La amistad real no pide, permanece, se sienta al borde del día sin ruido, te nombra sin buscar entenderte y ríe con tu sombra cuando olvidas el sol. He llegado por fin a esa forma de vínculo que no necesita llamarse, mostrarse útil, prometer permanencia, una forma que no sé si es amistad o apenas simplemente, un modo de no huir, de escapar del miedo y la cobardía. Es algo que sucede con la misma gravedad con la que cae la noche, sin esfuerzo, lentamente, a su paso. Durante años creí que bastaba con compartir lenguaje para comprender(se), hoy sé que hay silencios que entienden más que cualquier intento de afinar la exactitud de las palabras. Quizá por eso, cuando aparece alguien que no pretende traducirte, acompaña tu idioma lleno de pausas, tartamudeos, zonas grises, algo se ordena sin alardes, sin necesidad de aspavientos, como si en medio de tanta arquitectura de lo provisorio se alzara un lugar donde uno no necesita fingir solvencia emocional, y mucho menos resumir su historia para ...

Desde la Catedral de Tui

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Hoy, como si el azar quisiera ensayar su papel en una coreografía causal que jamás firmé, comparezco, entre lo involuntario y lo acordado, en Tui.  Epílogo anticipado de un trayecto que empezó sin empezar, o cuya fecha de inicio se me ha ido difuminando con cada repetición mental del trayecto. Volver no es regresar, es permitir que lo visto se reescriba en una lengua posterior al acontecimiento. El lugar es el mismo, pero ha aprendido a responder de otro modo. Y yo, si es que sigo siendo yo, no busco cerrar el viaje, sino descubrir si el eco sabe más que la voz. Este poema no intenta decir, sino escuchar. Me lo escribo como quien vuelve a un sitio que ya no lo espera, que ha seguido su curso en otra dirección, como si el regreso llegara siempre con retraso. Lo escribo después de regresar al mismo lugar y descubrir que nada, ni el lugar, ni yo, ni la forma en que ambos nos ignoramos, permanece. Sin embargo, todo está ahí, como si nos espiáramos desde nuestras esencias anteriores, nu...

Profecia salina

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He terminado la campaña de la renta "in extremis". Muchos sabéis lo que este año ha supuesto para mi, y nada más terminar, me puse a llorar de ALEGRÍA.  Para mí, esta poesía habla de una transformación emocional tan poderosa que se vuelve física. Llorar de alegría no como algo que guardo o disimulo, sino como una fuerza tan inmensa que cambia mi mundo. Como si mi emoción fuera capaz de reconfigurar la geografía. Donde no había mar, ahora huele a sal. No es solo que la sienta… es que se manifiesta. Y yo lo siento así.  Crear consecuencias, cambiar mi entorno, desordenar mi rutina, alterar mi vida. Tiene fuerza creadora. La noto. Y hay algo más, algo que no puedo explicar con lógica. Siento una esperanza rara, fértil, como una fe en lo improbable. Las redes ya están preparadas, las gaviotas ya vuelan. Y no hay mar. Pero aun así sé que va a llegar. Es simplemente mi intuición a pleno rendimiento. No tengo pruebas, pero lo sé. No sé cómo, pero lo sé. Y no es solo por mí que lloro...