Tabaco
Te has despertado a las 5.00 a. m. Sentías miedo. Miedo y frío. Un miedo provocado por el vértigo que produce vivir el presente sin poder desligarlo de un futuro que todavía no existe.
Las
manos no saben qué hacer. Te sientas, respiras, y ahí están, como dos animales
asustados, buscando un cigarro que ya no tienes. Te las miras. Se agitan,
golpean la mesa, se esconden bajo el muslo, piden algo. El cuerpo va más lento
que la voluntad.
La
decisión de no fumar llegó antes que el cuerpo, y ahora las manos se han
quedado huérfanas.
El
móvil. Lo tocas, aunque no haya motivo. Lo desbloqueas, deslizas, finges que
hay un mensaje nuevo. No lo hay. No pasa nada. No puedes sostener el presente
sin una excusa. El silencio se ha vuelto demasiado real y necesitas taparlo con
un gesto.
Promesas,
rutinas, formas de pensar que no dejaste de repetirte una y otra vez hasta
creerlas ciertas.
Café
que tomas, aunque no quieras.
Respuestas
que das, aunque ya no piensas igual.
Renuncias
que hiciste para seguir una línea que ya no reconoces. Lo que parecía vivir era
otra cosa. Un modo de no sentir del todo.
El
miedo aparece así. Sigilosamente. Parece no estar presente, pero lo sientes. Se
sienta contigo en la cocina, te habla desde adentro.
Dice
que, sin cigarro, sin gesto, sin pantalla, quedas tú solo. Tú solo no sabes qué
hacer. No es fuerza de voluntad. No basta con decidir. La distancia entre
querer y poder se hace latente y deja un espacio oscuro donde se esconde la
duda.
La
duda se desliza. Te preguntas si serás capaz, si sabrás sostener el cambio, si
lograrás vivir sin el guion que lo aprendido te propone. No hay respuesta
clara. Solo una conciencia alerta, una necesidad que no rehúye el temblor.
Has
estado un tiempo mirándote a ti únicamente, por fuera y por dentro, de arriba
abajo, y ahora llega el momento de mirar más allá. Externamente. Y en el fondo
te asusta. No lo haces por virtud. Lo haces por necesidad. No eres una isla.
Todo lo que haces repercute a tu alrededor, y existe un retorno que se te va de
las manos, que no puedes controlar, no te pertenece.
A
pesar de esa sensación de inseguridad que se cierne sobre tu vida, eres
consciente de que no puedes permanecer donde estás. Tienes que dar un paso más
y confiar. Ha llegado el momento de dejar de actuar como si solo tú importaras.
El tiempo de deconstrucción y equilibrio ha terminado. Empiezas a pensar en el
otro, sabiendo que, sin quererlo del todo, empiezas a pensarte distinto.
Te
esfuerzas por comprender. No quieres aislarte. No quieres dejar de acompañar.
No quieres ser alguien que se protege a costa de todo. Quieres tener en cuenta.
Escuchar de verdad. Tienes que exigirte el cambio, aunque te asuste.
Tienes
miedo. No lo niegas. Sabes que tu vida va a cambiar. No sabes del todo hacia
dónde. Un temblor te recorre cuando sientes que caminas sin suelo firme, y a la
vez dentro del mismo hay algo que te empuja. Te empuja fuerte.
No
te crees valiente. Solo estás dispuesto. Estás aquí. Tratando de estar
presente. Tratando de no esconder la fragilidad. Tratando de sostenerte sin
fingir.
Respiras.
Miras tus manos. Miras el día. Miras lo que hay. Y aunque tengas miedo, sigues.
No sabes nada. No importa. Sientes que es el momento. Tu intuición te dice que
es el momento. Continuar es una forma de amarte de manera diferente.
Estás
dispuesto a colocarte en un presente que parece sencillo, pero no lo es. Lo
sabes. Es un momento difícil de nombrar. Estás al borde de algo. No puedes
caer, ni soltar. Estás dispuesto a renunciar, aunque no sabes exactamente a
qué. No puedes saberlo. No quieres ni siquiera atreverte a intuirlo. Hay algo
dentro que te dice que es un paso al frente necesario.
Respira.
Vive. Con miedo, con dudas, pero con fuerza.
Nada
más. Solo eso. Fuerza.
Presientes
que empieza una vida que todavía no conoces.
Asustado
y ligero a la vez.
G.G.

Comentarios
Publicar un comentario
No te cortes. Opina.