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Profecia salina

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He terminado la campaña de la renta "in extremis". Muchos sabéis lo que este año ha supuesto para mi, y nada más terminar, me puse a llorar de ALEGRÍA.  Para mí, esta poesía habla de una transformación emocional tan poderosa que se vuelve física. Llorar de alegría no como algo que guardo o disimulo, sino como una fuerza tan inmensa que cambia mi mundo. Como si mi emoción fuera capaz de reconfigurar la geografía. Donde no había mar, ahora huele a sal. No es solo que la sienta… es que se manifiesta. Y yo lo siento así.  Crear consecuencias, cambiar mi entorno, desordenar mi rutina, alterar mi vida. Tiene fuerza creadora. La noto. Y hay algo más, algo que no puedo explicar con lógica. Siento una esperanza rara, fértil, como una fe en lo improbable. Las redes ya están preparadas, las gaviotas ya vuelan. Y no hay mar. Pero aun así sé que va a llegar. Es simplemente mi intuición a pleno rendimiento. No tengo pruebas, pero lo sé. No sé cómo, pero lo sé. Y no es solo por mí que lloro...

¿Qué es lo hondo?

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  De pronto llega el día en el que algo se detiene y no es el tiempo, sino tú mismo. No estoy hablando de nostalgia, tampoco de tristeza. Bueno, en parte sí, pero es una tristeza bella. No por su contenido, sino por su lugar. No sobra. No interrumpe. Es parte del todo. Simplemente está. Como la sombra bajo un árbol en verano. No puede haber luz sin sombra. No puede haber alegría sin esta forma de calma. Todo cobra sentido cuando la aceptas en su forma completa. Nada cambia en el exterior. Es dentro de ti donde la mirada se transforma. Sin adornos. Sin lucha. Sientes de pronto que la serenidad aparece sola, sin llamarla, como si siempre hubiera estado esperando a que, por fin, le hicieras sitio. La realidad no ha cambiado. Cambia tu forma de mirarla. Hay belleza incluso en lo que duele, cuando dejas de luchar contra ello. Hay luz, aunque sea mínima, cuando comprendes que no todo debe resolverse, que algunas cosas simplemente son. Las cadenas siempre estuvieron flojas. Tú no qu...

No sé si me explico

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  Hay días en los que hablar es como soplar contra el cristal, con la loca esperanza de que se limpie por dentro. Alguien dice: "no me entiendes", y pienso: "no, pero te creo". Y pienso también: "no, pero te siento", aunque lo que siento no sea lo que tú querías decirme. Hay frases que son mapas de países que no existen, pero igual salimos a buscarlos con los ojos cerrados y el corazón en guardia. Qué difícil es aceptar que tú viste fuego donde yo sólo vi niebla. Y que no se trata de convencer, sino de compartir la ceguera. Sueño con ser un mecanismo preciso, una máquina neutra que escucha y separa los datos de las heridas, los miedos de los mensajes, el dolor del tono de voz. Sueño con no tomar como algo personal cada silencio, cada pausa mal medida, cada palabra que no se parece a la mía. No quiero tener razón. Quiero entender sin necesidad de estar de acuerdo. Quiero abrazar lo que no comprendo como quien adopta una palabra extranjera y la deja vivir en...

Orlando en la línea

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Estaba dormido. Me desperté sin motivo, sin alarma ni presencia que lo causara. Simplemente el cuerpo insistió, una urgencia sencilla, necesaria. Fui al baño. Volví sin sueño. La cabeza, en otro lugar. El cuerpo, sin tregua. Como si algo profundo se hubiera soltado, una línea casi invisible bajo la corteza que sostiene todo, una capa que se desplazó sin anunciarse. Debajo, debajo de la tierra, algo seguía moviéndose sin pausa. La mente estaba en otra parte, en cuentas, en planes, en voces que se apilan y no cesan, pero el cuerpo seguía un curso distinto, sin mapa ni destino, una pulsión muda que reclamaba un punto de partida aunque no supiera dónde ni cómo. Ese tirón sin nombre que no pide, que no exige, pero que se hace imposible ignorar. El aire entraba caliente, pesado, sin alivio, un calor que se pega a la piel y a la cabeza, obligándome a salir a la terraza para buscar un respiro que no llega, para enfrentar un vacío que se llena de ruido sin palabras. Pensé en ríos que cambian de...

Pausas para contemplar

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Antes de irme a dormir, como tantas veces que me quedan ganas de escribir, he cogido La sociedad del cansancio, de Byung-Chul Han, y he releído el prólogo sobre Prometeo extenuado. (2024). Me he parado unos minutos a pensar y creo que no basta con alejarse de lo evidente, del ruido más grande. A veces, la verdadera pausa llega cuando aprendes a dejar ir lo que ni siquiera ves que pesa. Asi, quizá, pueda encontrarme en silencio conmigo mismo. Tú ya lo sabes. Lo has sentido desde hace tiempo, aunque hayas intentado seguir como si nada. No es el cansancio de un mal día. Es algo más profundo. Una fatiga que no se cura con descanso ni con vacaciones; es la forma en que estás viviendo.  No se trata solo del trabajo. Es la vida cuando se vuelve estrecha, repetida, lejana de lo que realmente importa. Una sucesión de días que no eliges, de ritmos que no te pertenecen. Llega un momento en que algo se mueve dentro. No hace ruido, pero cambia el enfoque. Empiezas a mirar tu vida desde otro lu...

Monólogo: “Manual breve para detectar idiotas (spoiler: fallan mucho)”

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Hay gente que tiene un talento extraordinario. Te miran cinco segundos y ya lo saben todo de ti. Te clasifican. Te archivan. Te diagnostican. Dicen: “Este es tonto.” Y se quedan tan tranquilos. Como si hubieran hecho un descubrimiento científico. Como si hubieran olido el miedo, el sudor o el coeficiente intelectual en el aire. No saben que eso que ellos llaman ser idiota, es en realidad una estrategia evolutiva. Una forma sutil, elegante y eficaz de evitar conversaciones innecesarias. Un arte marcial pasivo. Una vacuna contra el ego ajeno. Porque a ver… ¿de verdad te apetece discutir con alguien que se cree inteligente solo porque aprendió a hablar antes que a pensar? ¿Con uno que confunde sarcasmo con mala educación y argumentos con volumen? Yo no. Yo sonrío. Asiento. Pongo cara de “qué interesante lo que dices”. Y les dejo hacer. Que se sientan brillantes, profundos, únicos. Que brillen en su propia linterna de petaca. Eso sí. Luego me preguntan por qué no les tomo en ...

Parpadeo en la red

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En un mundo programado para la eficiencia, donde cada paso está calculado y cada emoción silenciada, algo persiste. Algo que no encaja en los esquemas, que se resiste a apagarse. Este poema es ese fallo, un parpadeo en la red. Decir que hoy es un día extraño, estoy agotado físicamente, agotado mentalmente, agotado sentimentalmente, estoy nostálgico, preocupado, y mirar al frente y ver lo que hay alrededor se me hace cuesta arriba. Tengo nostalgia de tiempos mejores, con mayor sensibilidad,  con más cuidado, con más amor, con más caricias, y siento que se está borrando, todo se borra. Y si todo se borra, ¿qué me queda? ¿Dónde se esconde el tacto?¿Quién escucha a los que ya no gritan? Tal vez este poema no sea más que el suave ruido de algo que se resiste. Pequeño. Un resto humano. Apenas un do menor entre el bullicio de las máquinas. Parpadeo en la red Si sólo tengo amor, desnudo y sin escudo,  ¿de qué me sirve el alma, si ...