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¡Hasta aquí!

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  Hoy me he levantado con los huevos hinchados. Literal. No es una metáfora espiritual, ni una expresión figurada de esas que se usan por costumbre. No, no.  Hinchados. Como dos globos en una fiesta a la que nadie quiere ir. ¿Qué si fue un golpe? ¿Una mala postura? ¿El karma ajustando cuentas? Da igual. El caso es que el resultado es el mismo; los tengo a rebosar. Y ya que estamos, aprovecho para decirlo, también los tengo hinchados en sentido figurado. Porque ya está bien. ¡Ya basta! ¡Ya me cansé! Estoy harto de que la bondad se confunda con gilipollez. De que la paciencia se aproveche, de que el que escucha sea el primero en ser ignorado. De que el que no grita, el que no impone, el que intenta entender… acabe siempre en el rincón de los tontos. Estoy cansado del egoísmo con corbata y del interés disfrazado de preocupación. De los favores que vienen con factura. De las sonrisas falsas, las palmadas en la espalda y las promesas de “cuenta conmigo” que se evaporan al primer...

Ay! La imaginación!

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La imaginación, cuando se impacienta, se concede permisos que no le pertenecen. Cree ver con claridad aquello que apenas roza, como si toda superficie brillara por ser oro y no por el reflejo circunstancial de una luz que no le pertenece. Pero no es oro todo lo que reluce, y no toda expresión es un espejo fiel. A veces es máscara, a veces defensa, a veces simplemente cicatriz. El que observa sin despojarse de sí mismo no ve, interpreta. Y toda interpretación, sin el tamiz del contexto y la humildad, se convierte en forma sutil de violencia. Quien no habita el lugar del otro con respeto por su sombra y su silencio, solo confirma sus propias ficciones. El resto, esa conclusión ansiosa, esa falsa verdad, no es comprensión, es soberbia envuelta en intuición mal educada. A veces, he de reconocer, que a mi mismo me pasa. G.G.

Manual de hipocresía instantánea

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  Se dicen frases bonitas, robadas de cuentas de autoayuda con fondo beige  y letras en cursiva. Se frunce el ceño al camarero y se desliza la mirada por encima del hombro de quien escucha. Se habla de empatía, con voces impostadas que nunca escucharon el silencio ajeno. Se recuerda que el universo conspira, pero solo si se etiqueta en las historias. Se menciona la importancia de ser uno mismo, justo después de ajustar la máscara. Se predica sobre autenticidad, con gestos estudiados de tutoriales de carisma. Se hace creer que se sintió de verdad, mientras el cuerpo grita lo contrario. Que importó muchísimo, aunque ni se recuerde el nombre. Se pone en biografías que se es luz, pero se apaga a todos los que rodean. Se escribe sobre amor, aunque solo se ame el propio reflejo. Si alguien se atreve a dudar, se responde con gaslighting y citas de Paulo Coelho. Es más fácil manipular con metáforas que admitir lo evidente, que la esencia no se cultiva con frases, sino con coherencia....

Secar el mundo. Lemebel.

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Iba a irme a dormir. Agotado. Otra jornada más, tres semanas ya trabajando en exceso, dejándome para después, sin escucharme, sin tiempo ni para mí mismo. Horas y horas. No puede ser. Si no nos escuchamos a nosotros, ¿cómo vamos a escuchar a los demás? Pero justo antes de apagar la luz, sentí algo. La necesidad de pensar, de escribir, de decir, de gritar, de llorar, de reír, de analizar, de querer. Aunque esté solo. Porque también se puede querer estando solo. Y no me refiero a quererse a uno mismo, que también, sino a recordar que hay que querer a los demás. Los conozcas o no. Estén cerca o no. Aunque no te devuelvan el gesto. Porque eso también es importante. Muy importante. Últimamente, antes de dormir, me da por pensar. No en algo concreto, sino en el mundo. En Gaza, en África, en lo que hemos hecho con ellas. En todo lo que sigue pasando. En lo que permitimos. En cómo hemos empobrecido el mundo. Y, al mismo tiempo, cómo nos hemos empobrecido como seres humanos. Parece que solo rea...

Como buen Sagitario, me contradiga.

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Dije que no iba a leer el horóscopo. Que no me iba a sugestionar. Que el destino no me lo escribe una columna genérica disponible en la redes sociales. Pues nada. Aquí estoy. Leyéndolo. Releyéndolo. Analizándolo como si fuera un mensaje cifrado del universo, como si fuera un espía infiltrado. Pero, sinceramente, o el que escribe el horóscopo es médium, o me están espiando a mi. ¡Por los dioses, he sido descubierto!  Quizá, simplemente las cosas son como son. Y como soy lo que soy, y no lo que creo que soy cuando me pongo profundo a las dos de la mañana, voy a hacerle caso. Por esta vez. Por esta semana. O por lo menos hasta que vuelva a contradecirme (cosa que probablemente ocurra mañana).  Porque resulta que mi intuición me dice lo mismo que dice ese horóscopo de instagram. Y mi intuición rara vez falla. ¿Sabéis cuándo falla? Cuando decido ignorarla. Porque soy un cabezota profesional, con título, máster y prácticas en la vida real. Uno de esos que cree que puede ir contra lo...

Omar Sevocador.

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Flaticon Omar Sevocador no es solo un nombre, es la encarnación de ese instante en que el ser se vuelve hacia sí mismo, se convoca desde un lugar interno que no requiere testigos ni aplausos. Es la fuerza silenciosa que recuerda, que evoca lo esencial para poder continuar sin cargas ni ataduras. No es un grito al mundo, sino un susurro propio, una afirmación íntima que abre la puerta a un nuevo comienzo. En ese acto de nombrarse a sí mismo, Omar Sevocador se transforma en el guardián del paso entre lo que fue y lo que será, en el testigo de la transición donde la identidad se reconstruye y se afirma sin necesidad de explicaciones ni justificaciones. Así, ser Sevocador es el acto de existir plenamente en el ahora, sin perder la huella del camino andado, sin miedo a soltar lo que ya no sostiene, y con la libertad serena de elegir hacia dónde seguir. A veces las cosas quedan atrás, sin necesidad de ceremonias ni palabras. Como cuando se deja de regresar a un lugar, aunque nadie haya ce...

Territorio sin ley

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  Tras leer "La pasión de los extraños', de Marina Garcés, no pude evitar sentir que algo en mí había sido nombrado sin haberlo dicho nunca. Su manera de pensar la amistad, como vínculo sin contrato, como resistencia sin espectáculo, como presencia lúcida en un mundo que nos empuja al aislamiento o a la pertenencia vacía, me atravesó profundamente. Este texto nace desde ese lugar. Desde la gratitud que provoca una lectura que no se limita a explicar el mundo, sino que lo desarma con palabras honestas y valientes. Desde la necesidad de responder, también con palabras, a esa forma de estar con otros que no se impone, pero que transforma. Territorio sin ley La amistad no nos protege. Nos expone. Es el lugar donde no se negocia, donde no se mide, donde no se exige nada y, sin embargo, se está. Radicalmente. Fuera del mercado de los afectos, más allá de los cálculos de pertenencia, la amistad es una grieta en el orden de lo útil, en la política del rendimiento. No se escribe en los...