Manual de hipocresía instantánea

 


Se dicen frases bonitas,
robadas de cuentas de autoayuda con fondo beige y letras en cursiva.
Se frunce el ceño al camarero
y se desliza la mirada por encima del hombro de quien escucha.

Se habla de empatía,
con voces impostadas que nunca escucharon el silencio ajeno.
Se recuerda que el universo conspira,
pero solo si se etiqueta en las historias.

Se menciona la importancia de ser uno mismo,
justo después de ajustar la máscara.
Se predica sobre autenticidad,
con gestos estudiados de tutoriales de carisma.

Se hace creer que se sintió de verdad,
mientras el cuerpo grita lo contrario.
Que importó muchísimo,
aunque ni se recuerde el nombre.

Se pone en biografías que se es luz,
pero se apaga a todos los que rodean.
Se escribe sobre amor,
aunque solo se ame el propio reflejo.

Si alguien se atreve a dudar,
se responde con gaslighting y citas de Paulo Coelho.
Es más fácil manipular con metáforas
que admitir lo evidente,
que la esencia no se cultiva con frases,
sino con coherencia.

Pero se sigue, sin pausa.
Se exige otro discurso.
Otro más.
Que las palabras arrullen,
mientras los actos empujan por la espalda.

G.G.

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