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Como buen Sagitario, me contradiga.

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Dije que no iba a leer el horóscopo. Que no me iba a sugestionar. Que el destino no me lo escribe una columna genérica disponible en la redes sociales. Pues nada. Aquí estoy. Leyéndolo. Releyéndolo. Analizándolo como si fuera un mensaje cifrado del universo, como si fuera un espía infiltrado. Pero, sinceramente, o el que escribe el horóscopo es médium, o me están espiando a mi. ¡Por los dioses, he sido descubierto!  Quizá, simplemente las cosas son como son. Y como soy lo que soy, y no lo que creo que soy cuando me pongo profundo a las dos de la mañana, voy a hacerle caso. Por esta vez. Por esta semana. O por lo menos hasta que vuelva a contradecirme (cosa que probablemente ocurra mañana).  Porque resulta que mi intuición me dice lo mismo que dice ese horóscopo de instagram. Y mi intuición rara vez falla. ¿Sabéis cuándo falla? Cuando decido ignorarla. Porque soy un cabezota profesional, con título, máster y prácticas en la vida real. Uno de esos que cree que puede ir contra lo...

Omar Sevocador.

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Flaticon Omar Sevocador no es solo un nombre, es la encarnación de ese instante en que el ser se vuelve hacia sí mismo, se convoca desde un lugar interno que no requiere testigos ni aplausos. Es la fuerza silenciosa que recuerda, que evoca lo esencial para poder continuar sin cargas ni ataduras. No es un grito al mundo, sino un susurro propio, una afirmación íntima que abre la puerta a un nuevo comienzo. En ese acto de nombrarse a sí mismo, Omar Sevocador se transforma en el guardián del paso entre lo que fue y lo que será, en el testigo de la transición donde la identidad se reconstruye y se afirma sin necesidad de explicaciones ni justificaciones. Así, ser Sevocador es el acto de existir plenamente en el ahora, sin perder la huella del camino andado, sin miedo a soltar lo que ya no sostiene, y con la libertad serena de elegir hacia dónde seguir. A veces las cosas quedan atrás, sin necesidad de ceremonias ni palabras. Como cuando se deja de regresar a un lugar, aunque nadie haya ce...

Territorio sin ley

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  Tras leer "La pasión de los extraños', de Marina Garcés, no pude evitar sentir que algo en mí había sido nombrado sin haberlo dicho nunca. Su manera de pensar la amistad, como vínculo sin contrato, como resistencia sin espectáculo, como presencia lúcida en un mundo que nos empuja al aislamiento o a la pertenencia vacía, me atravesó profundamente. Este texto nace desde ese lugar. Desde la gratitud que provoca una lectura que no se limita a explicar el mundo, sino que lo desarma con palabras honestas y valientes. Desde la necesidad de responder, también con palabras, a esa forma de estar con otros que no se impone, pero que transforma. Territorio sin ley La amistad no nos protege. Nos expone. Es el lugar donde no se negocia, donde no se mide, donde no se exige nada y, sin embargo, se está. Radicalmente. Fuera del mercado de los afectos, más allá de los cálculos de pertenencia, la amistad es una grieta en el orden de lo útil, en la política del rendimiento. No se escribe en los...

"Tacto", ¿errónea transformación de significado?

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Hoy me toca reflexionar sobre la palabra tacto. Ha surgido a lo largo del día, como surgen las palabras que se clavan sin que uno se dé cuenta, en una conversación, en un reproche, en un gesto leve pero no exento de rastro. Y me ha perseguido desde entonces. Porque a veces basta una sola palabra para abrir un mundo entero de significados, contradicciones y formas de estar en el mundo. Tacto. Una palabra aparentemente simple, casi inofensiva, cargada de una larga historia sensorial y social. Empezó siendo piel, roce, percepción inmediata del otro a través del cuerpo. Un saber sin pensamiento, directo, animal. Pero con el tiempo, como ocurre con tantas otras palabras, fue adoptando capas, transformándose, volviéndose moral. Del cuerpo pasó al lenguaje, del contacto físico al contacto simbólico. Se volvió sinónimo de delicadeza, de contención, de saber decir, de no ofender, de no incomodar. Y ahí empezó mi duda. ¿Qué entendemos, realmente, cuando hablamos de tener tacto? ¿Lo hemos reducid...

Efecto Forer

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  Últimamente leo el horóscopo casi todos los días. Me aparece en el teléfono como si supiera cuándo estoy más pensativo, más dispuesto a encontrar sentido en lo que parece azar. Y lo curioso es que, muchas veces, al leerlo, tengo la sensación de que alguien me está escuchando. No es una exageración. Me ocurre que coincide exactamente con lo que estoy pensando. No lo interpreto, no lo adapto. Simplemente, está escrito tal cual, como si hubiera salido directamente de mi cabeza. Sé que no está dirigido solo a mí. Sé que ese mismo texto lo leen miles de personas. Pero aun así, hay días en los que me resulta imposible no sentir que ese mensaje me nombra sin nombrarme. Como suelo darle vueltas a todo, porque lo necesito, porque me sale así, me puse a investigar. Quería entender por qué ocurre eso. Y me encontré con algo llamado efecto Forer, un fenómeno psicológico bastante curioso, descubierto en 1948 por el psicólogo Bertram R. Forer. El experimento fue sencillo pero revelador. Les pi...

Reciprocidad

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Un día cualquiera, no por azar por supuesto, sino por un trabajo personal de introspección profundo, uno despierta con la creencia de que la reciprocidad es el centro invisible de todo lo que funciona. No como acto reflejo, ni como respuesta mimética, sino como el arte de equilibrar lo que se da con lo que se recibe, aunque no se parezca, aunque no se mida con las mismas unidades. Ser recíproco no es repetir ni devolver, sino corresponder. Dar tanto como el otro da, aunque los lenguajes del afecto sean distintos, aunque el gesto no tenga la misma forma, pero sí el mismo peso. Aquí está la clave. La reciprocidad nace de la empatía, sí, pero también del respeto profundo por la alteridad, de la capacidad de aceptar las necesidades ajenas aunque no se compartan, de ese saber estar que no exige ni invade. Arendt hablaba de la acción como el lugar donde la pluralidad humana se expresa; ahí, en ese espacio común, solo la reciprocidad nos permite convivir sin disolvernos, reconocernos sin abso...

La Casona de Castilnovo

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Me marché el viernes de Madrid con una ligera incomodidad, esa que se siente como un cuerpo ajeno clavado en los huesos. No era cansancio ni desánimo, era hartazgo puro, el de estar siempre en guerra con uno mismo. Me fui sin más mapa que el deseo de no seguir fingiendo. No busqué rumbo ni respuestas. Solo quería estar lejos, estar solo. Terminé en Valdesaz, en La Casona de Castilnovo, esa casa rural donde el tiempo parece haber olvidado su tarea, donde los muros guardan secretos sin preguntar.  (Sin relojes de verdad, porque Jonás, el dueño, rompió el único que había intentando ponerlo en hora). Llegué con la excusa de trabajar, aunque sabía que no escribiría ni avanzaría en nada de trabajo, sin embargo si pude escribir. Escribir se vuelve más sencillo cuando uno se reconoce en la página. Cené, dormí temprano, desperté sin objetivos ni prisas. Caminé con paso firme, sin rumbo, con la ligereza de quien ya no carga nada. Crucé campos, llegué al castillo, leí sin afán, escribí sin de...