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Soñar jugando

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Me he despertado crítico, envuelto en pensamientos filosóficos, y lo primero que he hecho ha sido apuntar mi dedo hacia mí mismo. El cansancio físico me pesa en los músculos, me duele el cuerpo como si cargara no sólo con los años, sino con los intentos fallidos de entenderme. Me digo que me estoy haciendo viejo, que el desgaste es natural, pero en realidad sospecho que hay algo más, que la vejez no empieza en la piel ni en los huesos, sino en ese momento imperceptible en que dejamos de permitirnos soñar. Ayer fui al teatro. No importa la sala ni la compañía, ni siquiera la trama. Lo único que me importó fue la manera en que aquellos personajes se hacían viejos delante de mí. Viejos por dentro. Viejos porque dejaron que sus ilusiones se evaporaran como agua en un vaso caliente. Sólo uno de ellos lo admitía. Los otros dos vivían disfrazados de resistencia, de dignidad o de normalidad, como si en el fondo no fueran conscientes de que la derrota más dura es la que uno mismo se concede. ...

Frontera

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  El cruce de fronteras - Pixabay No me conformo con lo superficial. Mi amor y mi fuerza son elecciones, no entregas automáticas. Quien quiera acercarse debe mirar, esperar,  sostenerse en esa intensidad.     Quien no distingue la brasa entre las sombras, apenas roza el humo. Nunca el fuego. Se queda allí, donde todo parece suficiente, como si la penumbra alcanzara. Como si el ardor no reclamara más que un gesto distraído. No. Lo que arde no se ofrece en bandeja. No se reduce a la claridad inmediata. Se esconde. Se guarda. Se dilata en la hondura. ¿Qué es lo hondo? Quien no sabe esperar, quien no sabe mirar más allá de lo evidente, se queda afuera.   Vivo en mí. En mí y en el pulso que no cedo. Un incendio bajo la palma, un resplandor que pocos ven. Luna entera en un cielo invisible. Raíz que crece en el lodo. Viento que se enreda en los tejados, que arrastra nombres del pasado, que los vuelve irreconocibles. Mar qu...

Fin de ciclo

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G.G. Sé que continuar es perderse. No por falta de amor:  aquel que llenaba todo ya no habita en mí.  Lo que fue pasión y desvelo se transmuta en un cariño silencioso y profundo,  como el instante en que Pablo Milanés calla  y aun así su voz persiste en la memoria.  Amé como quien cree que el amor sostiene la vida entera,  como quien confunde su intensidad con permanencia.  Pero incluso lo absoluto tiene un tiempo;  insistir es sombra sobre sombra,  memoria confundida con presente.  Escribo para liberarme,  para cerrar un ciclo que quema y arrastra,  para dejar los recuerdos que hieren en el camino y reconocerlos sin que me retengan.  Como aquel instante de Pablo,  cuando la ausencia se vuelve presencia y el amor habita lo que queda,  no lo que se fue.  Aceptar el fin no borra lo vivido:  sostenerlo como huella,  como parte de lo que soy,  sin permitir que defina lo que sigue.  Hoy lo dej...

Arte povera

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No tengo muy claro cómo he despertado hoy, este domingo raro que no se parece a los demás. No diría que estoy bien ni mal, simplemente estoy distinto, como si me hubieran cambiado piezas durante la noche y ahora tuviera que acostumbrarme a esta versión extraña de mí mismo. Me busco en lo que quedó de la madrugada. Las vueltas en la cama, el mal dormir, esa sensación de despertar sin tener claro dónde estaba. No literalmente, claro, sé perfectamente el lugar, pero al mismo tiempo no lo reconozco. Es un escenario que se supone conocido, casi rutinario ya, pero que de pronto se me presenta como si fuera nuevo, como si alguien hubiera movido las paredes de sitio mientras yo dormía. Supongo que eso tienen las vacaciones, que te arrancan de tu mundo habitual para lanzarte a otro que en teoría debería ser relajante, pero que a veces se siente más como un decorado mal montado. Yo no hablo de realidades, porque a estas alturas ni siquiera sé muy bien qué es lo real y qué no.  Puedo descri...

Economía de claridad

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  La simpatía no se negocia. La antipatía golpea sin más. Todo lo demás son gestos medidos, palabras que tintinean a cortesía, sonrisas afinadas.   Debajo, la verdad espera. Oscura. Paciente. Invisible a quienes buscan brillo.   Los grises existen para los que creen que todo puede unirse si se insiste lo suficiente. Pero el cinismo camina entre ellos. Pisa leve. Mira profundo. Registra máscaras, hilos cosidos sobre fragilidad.   No es dureza. No es maldad. Es economía. Economía de claridad. Ver lo que es, sin adornos, sin cuentos. Aceptar la contradicción. Disfrutar la hipocresía. No fingir armonía.   Mejor un rechazo que se posa que mil afectos inventados.   La claridad abruma. Golpea. Despierta. Es lo único que respeta lo real. Lo único que deja respirar a quien la mira.   G.G.  

La piel del aire - Me (V)

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  Me recuesto sobre la arena negra. Los pedazos de roca se funden con mi cuerpo como si lo reconocieran. La brisa viene del mar, y el horizonte se despliega ante mi ojos, mirada limpia, sin interrupciones, uniendo cielo y agua en un azul que limita el pensamiento, lo detiene.  A un lado, entre las piedras, percibo algo que no me pertenece, me trasciende, un resto de mí mismo que se deja tocar de nuevo. En la quietud, comienza la exploración de lo que existe y lo que simplemente se insinúa. La piel de aire De lo fatuo, la lámpara que jamás se ofrece al cuerpo, simulacro de calor que quema los ojos, espejismo danzando sobre el lodo seco. De lo vacuo, la habitación donde los silencios se niegan, la palabra se hunde en su propio pozo, la esperanza es cristal sin reflejo, y brilla como un espejo ciego. A veces se rozan. Cuando lo hacen: luz que engaña, hueco que engulle, resplandor sin dueño, temblor sin historia, latido que arde, y a veces… a veces, queda sólo el temblo...

Despertar al atardecer

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Nada vale más que la serenidad que se instala, cuando uno se sabe libre, dueño de su voz y de sus pasos y acepta que a la vida, ni se la arrebata, ni se la empuja, hay que dejarle su tiempo, su espacio... Dejo que se acomode en mis manos hasta hacerla mía, sin prisa, sin atajos. Descubro la felicidad como un estado discreto en el que soy capaz de dejar de huir de mi mismo y, la nostalgia como la consecuencia inevitable pero luminosa, de haber sabido vivir, dejando que la vida se me quedara pegada en la piel. Estado discreto  La serenidad es, como esa inquilina sin contrato,  que se instala, redibujando la casa que creí mía.  Soy dueño de la voz,  y la vez,  dueño de unos pasos que dudan siempre si avanzan por la acera correcta o la contraria, pero nunca de hacerlo hacia el frente. No trato de arrebatarla a la vida, tampoco la empujo: los trenes se retrasan incluso cuando parten a tiempo. Sólo queda ofrecerle un banco vacío,  un hueco en la mano y esper...