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Cómo pierdo la vida (y me río un poco de eso)

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  Hoy, mientras desayuno, las ideas me invadieron de golpe, como ese montón de gente sin boleto que se cuela en el tren y no sabes dónde meterte. Pensaba en lo complicado que es ser humano, y al mismo tiempo, en lo ridículamente sencillo que somos cuando se trata de lo que realmente nos hace sufrir o preocupar. Somos un lío raro. Por un lado, cada uno con su sistema operativo único, lleno de traumas, experiencias y manías que nos hacen especiales. Pero por otro, incapaces de entender qué merece nuestra atención y qué debería pasar desapercibido. ¿Sabes qué es lo más absurdo? Que somos unos maestros en no poner las cosas en su sitio. Una fila que no avanza nos destruye el día como si fuera una tragedia griega. Una frase fuera de lugar se vuelve el inicio de una guerra mental interna. Y un olvido mínimo, que ni siquiera fue intencional, termina siendo una traición que revivimos una y otra vez. Vivimos en un ruido constante que no nos deja escuchar la vida de verdad. Y cuando tene...

La flecha que dejó entrar la luz

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San Sebastián Mártir es considerado por muchos como el santo de los LGBT+. / Imagen: Historia Arte   Tuve la rara oportunidad de sentir la felicidad en el cuerpo de otro. No en su gesto. No en una risa. En el aire tibio que salía de su boca, cargado de palabras que parecían haber dormido durante años en una habitación cerrada. Venían de un cuerpo melancólico, habituado a vivir con las ventanas entornadas, como si un viento demasiado claro pudiera borrar el color de las paredes. Fue un instante. Una grieta invisible. La luz entrando por la llaga del pecho como el primer rayo de sol en una casa abandonada. No un milagro. No un triunfo. Solo el sonido preciso de una flecha soltándose y rodando hasta perderse bajo la cama. San Sebastián travestido. No el mártir dorado de los retablos. Un cuerpo común, agujereado, que había aprendido a hacer de sus heridas pequeñas claraboyas por donde entraba el aire fresco. Y esa tarde, con esa calma de quien sirve café a la visita, ofreció a los suyo...

La flor que no sabe del sol

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A veces, la vida gira de forma inesperada. Me detengo a pensarlo, como quien deshoja una flor sin esperar respuestas. Busco la relación entre lo que sucede y nuestros actos, aunque a menudo el mapa parezca trazado por un azar ciego. Caprichoso. Pero hay algo más, algo que no se ve, pero puedo intuir, una correspondencia secreta entre lo que somos y lo que llega, como si el mundo no fuera tanto lo que nos rodea, sino una extensión misteriosa de nuestra búsqueda interior. Una búsqueda constante. La vida, pienso, no es una línea recta, ni la suma de decisiones lúcidas, ni siquiera una narración coherente de nuestro destino. Es más bien una flor, una forma viva que se abre hacia la luz, aunque ignore dónde está el sol. Una flor que crece sin entender del todo su suelo, que a veces se cierra para protegerse del frío, que aprende a esperar la lluvia y sobrevive al viento. Una flor sin prisa, pero sin tiempo que perder. Si hay algo de lo que sabe, es de lo efímero. Quiere sentirlo todo....

Arquitectura del YO

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Esta noche… no sé… esta noche soy más yo que nunca. Como si algo se hubiera movido dentro, un velo, una membrana... una puerta vieja se abrió sola. Necesito gritar. Sí, gritar aunque no haya palabras, aunque no me alcancen las cuerdas vocales, aunque sólo logre exhalar un aliento mudo que ni siquiera roce mis propios oídos. Gritar. Fuerte.  Algo quiere salir de mí, algo que me habita y al mismo tiempo me desconoce, algo que necesita ser visto. No por nadie. Por mi. Lo dejo escapar, dejo que sea cuerpo fuera. Libre, independiente, para que la razón, pueda entrar.  Entonces, no necesitaré nada. Seguiré caminando.  Como caballo con anteojeras, sin distracción. Eso si, mis guiñadores, siempre me dejarán ver mas allá. Nunca me pareció inteligente mantenerme a flote entre lo obvio. Lo que parece ser, no es. Nunca lo es. He aquí mi grito: Las formas se repiten. No es necesidad. Es hábito. Lo incompleto se descarta. Lo invisible, se traduce a estructuras cómodas, a símbolos de ...

Sol

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Amanecer respirando mientras el sol invade el dormitorio, es, quizá, lo más parecido a entender algo sin pensarlo. La luz entra conquistando el espacio, con una claridad indiscutible. No hay un porqué. El cuerpo despierta por partes, recorriendo la habitación con los ojos cerrados. El día ha empezado y no hay nada urgente que decirle. El polvo flota con la calma, hoy no será barrido. Las sábanas arrugadas no tienen historias que contar. El aire es refugio y cómplice.  El mundo no ha notado la pausa. G.G.

Tabaco

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Te has despertado a las 5.00 a. m. Sentías miedo. Miedo y frío. Un miedo provocado por el vértigo que produce vivir el presente sin poder desligarlo de un futuro que todavía no existe. Las manos no saben qué hacer. Te sientas, respiras, y ahí están, como dos animales asustados, buscando un cigarro que ya no tienes. Te las miras. Se agitan, golpean la mesa, se esconden bajo el muslo, piden algo. El cuerpo va más lento que la voluntad. La decisión de no fumar llegó antes que el cuerpo, y ahora las manos se han quedado huérfanas. El móvil. Lo tocas, aunque no haya motivo. Lo desbloqueas, deslizas, finges que hay un mensaje nuevo. No lo hay. No pasa nada. No puedes sostener el presente sin una excusa. El silencio se ha vuelto demasiado real y necesitas taparlo con un gesto. Promesas, rutinas, formas de pensar que no dejaste de repetirte una y otra vez hasta creerlas ciertas. Café que tomas, aunque no quieras. Respuestas que das, aunque ya no piensas igual. Renuncias que hicis...

Quinqué

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  No hay principio ni fin, solo un espacio donde se cruzan las corrientes invisibles. Un lugar sin dueño, donde el tiempo se pliega y el silencio habla sin voz. Tengo lo justo. Ni antes ni después. No pido ni espero. Celebro que llegue. Que no sea por falta, que sea por fiesta.   Cruza el umbral donde la luz ha decidido posarse, sin motivo, porque sí.   Trae tu silencio. Si hay fuego, dejémoslo en medio, como quinqué que alumbra sin elegir a quién.   Si me hablas, hazlo con palabras que no quieran quedarse, pero sepan volver.   Si te quedas, hazlo como el agua, acomodando su forma al cauce. La corriente sabe dónde estamos incluso cuando el cuerpo no toca cuerpo.   No hay que seguirse, hay que encontrarse. Nada pesa. No hay vitrinas, ni etiquetas, ni fechas.   Si un día no volvemos, no será ausencia, será otra forma de seguir siendo. G.G.