Cómo pierdo la vida (y me río un poco de eso)
Hoy,
mientras desayuno, las ideas me invadieron de golpe, como ese montón de gente
sin boleto que se cuela en el tren y no sabes dónde meterte. Pensaba en lo
complicado que es ser humano, y al mismo tiempo, en lo ridículamente sencillo
que somos cuando se trata de lo que realmente nos hace sufrir o preocupar.
Somos un lío raro. Por un lado, cada uno con su sistema operativo único, lleno
de traumas, experiencias y manías que nos hacen especiales. Pero por otro,
incapaces de entender qué merece nuestra atención y qué debería pasar
desapercibido.
¿Sabes
qué es lo más absurdo? Que somos unos maestros en no poner las cosas en su
sitio. Una fila que no avanza nos destruye el día como si fuera una tragedia
griega. Una frase fuera de lugar se vuelve el inicio de una guerra mental
interna. Y un olvido mínimo, que ni siquiera fue intencional, termina siendo
una traición que revivimos una y otra vez. Vivimos en un ruido constante que no
nos deja escuchar la vida de verdad.
Y
cuando tenemos tiempo libre, que debería ser para nosotros, ¿qué hacemos? Pues
lo que mejor se nos da, es perder el tiempo. Nos tiramos horas navegando en ese
mar infinito de banalidades que es internet, quejándonos de cosas que no
importan, discutiendo por tonterías y viendo fotos de desayunos perfectos de
gente que no conocemos.
Lo
peor es que no elegimos hacerlo, es como si estuviéramos atrapados en una
rueda. Porque decidir a qué prestar atención y a qué no, es complicado. Y el
ruido, aunque falso, nos parece más urgente que lo real, que llega lento y sin
grandes estruendos.
El
resultado es que llenamos la vida de migajas que creemos festines. Nos peleamos
por cosas que mañana ni recordaremos, guardamos rencores que solo nos lastiman
a nosotros, y alimentamos dramas que ni siquiera nos tocan. A veces esas
rencillas son viejas, del pasado, de momentos que la distancia y el tiempo han
dejado claro que fueron errores, que ya se hicieron las paces y que los actos
hablaron más fuerte que cualquier palabra.
Pero
te confieso algo, yo mismo he cometido muchos de esos errores. He intentado
demostrar que fueron producto del momento, de circunstancias que me
desbordaron, de decisiones tomadas con la cabeza y el corazón a medias. Y sin
embargo, por más que lo intento, esa sombra parece imposible de borrar. Da
igual cuánto haga para arreglarlo, para mostrar que cambió todo, que ya no soy
el mismo. Algunas heridas se quedan pegadas, como tatuajes invisibles que ni el
tiempo ni la voluntad pueden arrancar.
Seguimos
reviviendo esas historias, negándonos el perdón que merecemos, a nosotros
mismos y a quienes estuvieron ahí, y eso es parte de la carga que llevamos cada
día.
Cuando por fin aparece algo importante, algo que podría cambiar algo, no digo todo, lo
recibimos con la misma indiferencia que le damos a un spam en el correo.
¿Por
qué? Porque lo trivial nos da la falsa sensación de control. Quejarnos por una
fila, enfadarnos por un mensaje de WhatsApp, indignarnos con alguien que no conocemos, es
seguro, es cómodo. En cambio, enfrentar lo profundo es duro y da miedo.
Así
que construimos, casi sin darnos cuenta, o quizá sí, pero lo asumimos, un castillo de pequeñas preocupaciones
para protegernos. Nos ponemos al día con las redes para indignarnos a tiempo,
repasamos discusiones viejas para justificar nuestro enojo, preparamos batallas
que nunca pelearemos. Mientras tanto, la vida real, esa que podríamos vivir,
espera sentada, paciente, cansada de nuestro berrinche.
Lo más irónico es que sabemos qué hacemos esto, que malgastamos la atención, que damos importancia a lo que no la tiene y olvidamos lo que de verdad importa. Pero seguimos. Porque el melodrama fácil es adictivo. Y porque, aunque no lo digamos, hay un placer oscuro en perder el tiempo, siempre creyendo que un día lo recuperaremos. Y no, no lo haremos.
¿Qué os parece este epitafio? La generación que aprendió a
sobrevivir con notificaciones, pero se olvidó de vivir.
G.G.

Es increíble todo lo q dices porque aunque duro todo es verdad.
ResponderEliminarPor mi...serías premio de Literatura y creo q muchos opinarán lo mismo q yo.
Gracias Maribel cariño
EliminarMadre mía, hermano, cuánta verdad. Ojalá supiéramos vivir...no tendríamos "tiempo de perder el tiempo", y cuánto mejor funcionaríamos en todo el planeta, ¿verdad? Besitos
ResponderEliminarSi hermana si. Así es.
ResponderEliminar