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Suerte la mía

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Tengo amigos de verdad. Esos que son familia y hacen que  la vida se vuelva seria y tierna a la vez.  No preguntan,  saben.  No juzgan, miran.  No cuentan el tiempo con relojes.  Lo miden en presencia.  Ayer, en el cincuenta cumpleaños de uno de ellos, me sentí más yo que nunca. La gratitud no siempre cabe en las palabras.   A veces se dice con miradas,  con abrazos que duran,  con un cuerpo suelto que se sabe a salvo. Estuve con quienes saben sostenerme cuando las cosas se tambalean. Con quienes saben como hacerme encajar los miedos,  y con quienes la felicidad no necesita testigos para convertirse en real. Gracias.  Por no pedir explicaciones, tenéis memoria.  Por permanecer,  incluso cuando me vuelvo difícil, torpe, silencioso.  Por estar sin estar cada día.  Por reír otra vez con el alma.  Por hacer sitio sin avisar.  Ayer fui feliz.  Esa felicidad que no quiere foto.  La que anida en...

Fiesta mínima

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  La tierra está seca, pero las ventanas dejan pasar el aire, y a veces, hasta un gato curioso. El sol no promete. Calienta, y no se enfada si te echas la siesta. No hay canto en el aire, solo el ruido de la vida que a veces tropieza, se levanta, no le gusta el suelo. La alegría es una ventana abierta. Respiro. Carcajada inesperada. Se respira, se está, viva la fiesta. G.G.

A pesar del aire

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En la oscura noche de Adelfas No consigo dormir, a pesar de que corre el aire. La noche arde, no por la temperatura. Es un calor que no se mide en grados, lo hace en pensamientos que hierven, como olas rompiendo contra las rocas, allí donde el acantilado del parador vigila la orilla. No es bochorno de verano. Es rayo de sol que se cuela entre las ramas del peral, cuando aún no hay fruto, cuando todo es promesa y tensión. Es un calor que viene de adentro, de saberse sintiendo, de ese momento en que el cuerpo no tiene frío pero el alma, de alguna manera, se inflama. (Estoy vivo. Y eso, a veces, quema) G.G.

Sencillez

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  Lo entendi caminando. No de golpe, no como se entienden las cosas que tienen nombre o teoría, sino del modo en que se digieren los días de lluvia, mojándome un poco más cada vez, hasta que la ropa deja de pesar y el cuerpo, finalmente, se acostumbra. ¡Ay las costumbres! Qué malas compañeras a veces. No sabía por qué andaba. Bueno si, claro que si. Siempre lo sé, aún estando equivocado. Pero lo olvido, y ese olvido, curioso, es precisamente lo que me da  alivio. Si, porque cuando dejas de tener un motivo, todo lo que ocurre deja de decepcionar.  A veces bastaba una fuente de piedra, o un perro ladrando tras una valla vieja que me hacía brincar del susto y luego reírme de mi mismo. Pequeñas cosas. Bastaba el primer café del día, la presencia muda del peregrino que me acompaña, el sonido de su voz señalando que era hora de volver a empezar. Bastaban las sombras frescas de las iglesias, los lavaderos en el camino, incluso lo que no tenían ni gota de agua, las casas con ro...

Amor "bonito"

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Llamar bonito al amor es coser con hilos de oro una tela que no quiere cerrarse. El amor no nació para vitrinas ni molduras. No adorna. No embellece. No cierra. Pliega. Interrumpe. Deshace. Es más pliegue que superficie, más fractura que promesa. Y “bonito”, tan obediente, tan limpio, tan de catálogo, es el dobladillo prolijo cosido sobre el desgarro. Lo visible cuando se esconde lo que roza, lo que pincha, lo que aún sangra aunque parezca planchado. Hay quien llama bonito al amor que no duele, al que no toca, al que se deja estar sin tocar nada. Pero, ¿qué vínculo real no incomoda alguna parte del yo? ¿Qué roce verdadero no descoloca, aunque sea un poco, aunque sea sin querer? Si existe algo como el amor bonito, no será el que calma, sino el que no exige disfraz. El que se permite ser inútil, torpe, sin destino. Que no completa, no cura, no enseña. Pero tampoco huye. Un amor sin moraleja. Sin escenografía. Donde el temblor no se corrige. Se acompaña. G.G.

Mi Camino 12/07/2025

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Hace justo un año, en agosto de 2024, inicié el Camino de Santiago desde Oporto y terminé en Tui. Fue un viaje profundamente especial. Estaba atravesando un momento muy complicado en mi vida, y ese trayecto en solitario me ayudó a centrarme en lo realmente importante, en mí. Pero no desde un lugar egoísta, sino desde el deseo de recuperarme, reconstruirme, y volver a enlazar todos esos pedazos inconexos que formaban un yo que entonces se sentía pequeño, perdido e insignificante. Un año después, mucho más entero, tras volver a leer, a escribir, a expresar mis sentimientos sin temor a que eso supusiera rechazo, comprendiendo que uno debe amarse tal y como es, y por tanto, también acompañarse de quien entienda eso del mismo modo, decidí retomar el viaje. Esta vez, como cierre y colofón de un ciclo. Y no fui solo. Me acompañó mi querido amigo Edgar Ariel, quien ha estado a mi lado durante todo este proceso de deconstrucción personal. El Camino no ha cambiado mi vida. Mi vida la cambié y...

Sarcasmo

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Será que me recuerda que el lenguaje no nació para decir la verdad, sino para decirla mal. Me hace reír, y no un poco, no. Me hace reír con esa risa que cura la úlcera que provoca tomarse en serio sin necesidad. Esa risa que descompone lo solemne, como una carcajada en mitad de un funeral. La ironía es mi deporte de riesgo favorito. Uno se lanza con la frase más obvia, y aterriza en lo opuesto sin despeinarse, la ironía es una flor invertida, como las brevas, el primer fruto del intelecto. No requiere más herramientas, que un tono y una pausa, pero ¡ay! El que no entienda el código, lo tomará personal, lo convertirá en drama, entonces la risa se vuelve clandestina, a veces, un secreto a voces. Me encanta el arte de decir lo que no es, tan cargado de verdad, que sólo los atentos la escuchan. Como si la auto-censura, no te permitiera hablar de frente y necesitaras un espejo roto para mostrarte entero. G.G.