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El brillo y la luz

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  Este texto lo escribí hace unos meses, en marzo de 2025. No recuerdo el motivo que me llevó a no publicarlo. Hoy lo releo nuevamente y me digo a mismo ¿por qué no? Hoy, en otro momento de mi vida, las cosas se ven con una ternura diferente, aunque siga pensando lo mismo, de tanto observar, algo se aprende. Además, hoy tuve dos veces la misma pesadilla, dura, potente... y sentí la necesidad hacerlo público. El brillo y la luz Muchas personas confunden el brillo del espejo con la luz y creen iluminar a los demás cuando solo se devuelven el propio reflejo. Hablan con claridad usando la misma voz que les sirve para ocultarse, creyendo que la transparencia puede controlar el aire que respiran otros. Miden la virtud en porciones, reparten consejos como si fueran limosnas, y aunque los gestos parecen amables, llevan siempre la huella invisible de un objetivo. Corrigen con ternura, aconsejan con un tono casi religioso, nunca pierden los modales porque en el fondo temen quedarse sin argum...

Pesadilla brillante

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  He tenido una pesadilla. No hay monstruos. No hay fuego. Solo movimiento dentro de mí. Vibración que reclama su espacio. Me levanto. Por necesidad. El cuello duele. La punción de la mañana. La aguja hundida. El dolor asciende hasta la nuca. Se expande como una pregunta sin respuesta. Lo reconozco. Lo habito. Salgo. El sol cae sobre mi cara. El aire me toca. No siento miedo. La claridad me ciega. Camino hasta el parque. Me siento en un banco. El metal tibio. Respiro. Observo sin intervenir. Todo sigue, y yo sigo con ello. Las hojas se mueven. Los niños gritan lejos. Los perros ignoran todo. Yo permanezco. Pienso en mí. Solo en mí. Mi cuerpo. Mi mente. Mi tiempo. La paciencia de mirarme. La libertad de no esperar. La soledad. No hay usencia. Hay silencio. Es espacio. Es aire. Es cuerpo y pensamiento. Imagino el futuro. No fechas. No planes. Extensión de este instante. Ligero. Sostible. Desprovisto de obligación. Ca...

Algo que decirme. Presente y memoria

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  Algo que decirme para no olvidarlo. Algo que, si escribo, podré recordar. Hay un tiempo en que sientes la relación completa. Cada gesto que haces, cada palabra que pronuncias, cada silencio que sostienes tiene peso; nada resulta irrelevante. Tu presencia basta para mantener el equilibrio, y percibes la armonía que sostiene lo que compartís. No necesitas explicaciones, no hay imposiciones: cada instante fluye, lo recibes, lo compartes, y en esa continuidad reconoces la plenitud que existe antes de cualquier cambio, la intensidad de lo vivido que prepara el terreno para lo que sigue. Ahora comprendes que nada permanece igual. Cada encuentro transforma lo que es compartido, altera su ritmo, redefine sus límites. No se trata de un error puntual ni de un cálculo equivocado; se trata de tu implicación, de cada palabra que pronuncias, de cada silencio que sostienes, de tu atención y tus descuidos, de tu intención y tu torpeza, de lo que das y de lo que retienes. Todo deja su huella,...

Creo

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No es fácil vivir sin adaptarse demasiado. El mundo exige máscaras, exige velocidad, exige que todo se diga en frases breves y se olvide con la misma rapidez. Hay que tener opinión sobre todo, sonrisa para todos, éxito visible y tristeza discreta. Pero la libertad, la de verdad, no tiene que ver con escapar de las normas, sino con mantenerse fiel a lo que uno es cuando todo alrededor te empuja a disimularlo. La libertad es poder decir “esto no me representa” sin miedo a quedarse solo. Es no necesitar el aplauso de nadie para sentirse vivo. Entender que a veces ser coherente significa perder cosas, lugares, personas, oportunidades. Pero no perderse a uno mismo.  No creo en los discursos impecables ni en las purezas morales. La pureza es una trampa que nos hace olvidar la complejidad del mundo.  Creo en la gente que se contradice, que cambia de idea, que reconoce su ignorancia. En los que aman sin estrategias, en los que ayudan sin contarlo, en los que no necesitan justificar s...

Día gris

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  Sentí la necesidad de estar en soledad, en silencio... Hoy el día amaneció feliz, muy feliz, como venía siendo habitual en las últimas semanas, pero con el paso de la mañana fue perdiendo brillo. Se volvió un día gris. Gris de esos que te afectan más de lo que deberían. Las palabras de la gente pesan más de la cuenta, se enredan en el ánimo y lo desajustan. A veces parece que todos andan un poco frágiles, un poco desbordados, y cualquier cosa basta para romper el equilibrio. Dicen que mi tono es duro. Quizá sólo sea directo. O quizá me falte paciencia. El día avanza como un carro con ruedas cuadradas, torpe, cansado, sin intención de llegar a ninguna parte. Un día triste en el que mi alma llora por dentro, igual que el cielo deja caer sus gotas. Sólo que hoy, las más pesadas, no caen del cielo. Brotan de mi interior, desde un alma dolida que busca alivio, una rendija de calma en medio de tanta espesura. He decidido salir del despacho y volver a casa, trabajar desde el refugio...

Sobre los que no se asustan

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  Anoche leí una frase de Bertrand Russell que decía que la inteligencia se mide por la cantidad de incertidumbre que uno puede soportar. Me quedé dando vueltas tratando de interpretarla. Tomé nota e intenté dormir, pero lo cierto es que me ha costado hacerlo profundamente. Suena tan simple que casi se pasa de largo, pero tiene algo muy cierto: a veces no soportamos no entender. ¿Podemos vivir continuamente entre signos de interrogación? ¿Es difícil aprender? Me he levantado pensando en ello. Quizá lo realmente difícil sea quedarse tranquilo cuando nada encaja. No correr a explicarlo todo, no fabricar razones sólo para dormir mejor. Creo que me gusta haber aprendido a quedarme en ese hueco sin llenarlo, sin necesitar tener razón. Poder decir “no sé” sin vergüenza. No convertir la duda en enemiga, sino en compañera. Soportar el no saber, y seguir ahí, sin disfrazar el miedo, se ha convertido en la forma más honesta de inteligencia que puedo mostrar. No tengo mied...

Entre etiquetas y nombres

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(Sep -2025) Me irrita, me molesta, me decepciona la gente que cree por creer y etiqueta para poder valorar. Basta que el precio baje en las rebajas para que todo sea aceptable. Corren, compran, justifican, aplauden la oferta. Todo tiene un valor económico. Eso hacemos los humanos entre nosotros, nos etiquetamos, nos medimos, y nunca nos atrevemos a mirar más allá. Nos quedamos con el precio que pagaríamos y olvidamos el esfuerzo que hay detrás. No tocamos el tejido, no nos probamos la prenda, no sentimos cómo cae sobre la piel. La etiqueta dice “lana” o “lana virgen”, y eso nos basta para decidir, aceptar o descartar. No nos interesa la suavidad, la textura, la historia del hilo, la dedicación que lo tejió. Solo nos interesa el número en la etiqueta, el valor que hemos aprendido a reconocer. Y si la prenda lleva un nombre, un sello de marca, de repente todo cambia, el tacto importa menos, la historia desaparece. Nos lanzamos a elegir, convencidos de que allí reside la verdad. Quizá sea...