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El club del talón

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  Siempre creemos que podemos contenerlos, que nuestra boca es fuerte como una bóveda y que nuestra memoria se comportará como una piedra compacta, sin grietas, incapaz de dejar escapar un hilo de aire. Pero los secretos no se conforman con el encierro, se mueven, se convierten en peso, reclaman fugarse, y en el momento menos pensado se nos escapan como humo por la comisura de una frase. Los utilizamos como justificación de nuestros propios errores, para salvarnos de un reproche, para justificar nuestros actos o alcanzar nuestros deseos. De pronto, nos vemos empuñando un arma que nunca planeamos utilizar. Nos sentimos acorralados, y recurrimos a cualquier cosa que nos permita mantenernos a flote. Hoy no me siento bien. Comprender que nunca se es tan leal como creías, que la honestidad absoluta no era más que una fantasía con la que adornar mi fragilidad, me entristece. Servirme de aquello que callaba, colocarlo encima de la mesa como un salvoconducto, como una prueba innecesaria pa...

Rizoma ruiniforme

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  Mil Mesetas (Pre-Textos) Lo que sucede ante nuestros ojos es un proceso sistemático de deshumanización. Ayer en Madrid, cuando un grupo de personas interrumpió la vuelta ciclista para denunciar el genocidio en Gaza, no se produjo ningún intento serio de escuchar. Algunos “politicuchos” y opinadores manipulables reaccionaron con indignación y desprecio. Lo importante para ellos era el tráfico, el espectáculo, la normalidad alterada. No las vidas que se están extinguiendo. Esa respuesta revela hasta qué punto hemos perdido la escala de lo que importa: nos irrita más una calle cortada que la matanza de civiles. Hace poco, en playas de España, una patera llegó con personas desnutridas, exhaustas, rozando la muerte. En vez de socorro, encontraron persecución, insultos y desconfianza. Fueron tratados como problema antes que como seres humanos. Es la misma lógica: cuando el otro deja de encajar en nuestra comodidad, lo convertimos en amenaza, en molestia, y delegamos la responsa...

Me (VII)

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Del rostro Llevo todas mis máscaras, transparentes y opacas, y ahora las veo con la claridad de un golpe. No hay ocultamiento, no hay engaño. Del espejo Ya no huyo, ya no niego mi reflejo. Mis sombras tiemblan como prisioneros al fin descubiertos. Del aire Respiro sin desaparecer. Dejo que el peso se disuelva. El acto de mirar, aunque me descubra, es libertad, es mi libertad. Del cuerpo Me muevo entre lo que soy y lo que finjo. Cada gesto es un filo, cada línea corta mis disfraces. De mí Liberarme no es un salto ni una caída. Observo mis manos vacías, acepto que el daño sigue, que todavía llevo heridas, y comprendo que no debo sostener nada que no elegí. De los demás A quienes me sostienen, cuando aún yo no me sostengo, les dejo mi silencio, un perdón, un gracias, por acompañarme en este proceso donde aún no soy entero. Perstare prope G.G.

Me (VI)

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  Cuando empecé la serie Me no sabía que estaba creando algo. Pensaba que era un desahogo aislado, un gesto cualquiera, y sin embargo, ahora entiendo haber abierto un espacio propio, una forma de crecer, de comprenderme y de colocarme en el mundo. La serie Me me muestra que no encajo y que no estoy dispuesto a encajar. No intenta suavizar los bordes, sino caminar en ellos, con calma, reconocer que pertenezco a un lugar distinto, aunque ese lugar tenga que recorrerlo en soledad. No quiero que se me malinterprete, no es prepotencia, no me considero ni mejor ni peor que nadie, me considero simplemente yo. Me reconozco, y me acepto. No es un diario ni un mapa, sino una sucesión de poemas que me acompañan, que me permiten afirmar mi postura sin dramatismo, con la tranquilidad de saberme bien, realmente bien, incluso en el desajuste. La serie Me es ese lugar: un hogar que construyo con palabras, capaz de sostenerme mientras camino, capaz de recordarme que pertenecer no si...

Amar

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Amar.   No de verdad. La verdad se quiebra. Se quiebra antes de alcanzarla, antes de saber cómo se sostiene, se disuelve en el tropiezo, en el balbuceo de lo incompleto, en la lengua que se inventa sola, y que se pierde, se pierde, en las sombras que no esperan.   Amar en la herida abierta, en el rostro que regresa y ya no es conocido, en el fracaso que arrasa, que enseña, que arrasa, y enseña a la vez, en la ruina que insiste, persiste, insiste, persiste, y persiste.   Aprender del error. Leer la cicatriz como mapa. Permanecer fragmentado, entero, roto y consciente, sin promesa, sin certeza, sin luz, sin cierre.   Amar… Sólo insiste. Sólo resiste. Sólo existe en la insistencia, en encontrarse en lo incomprendido, en abrazar lo incompleto, lo que nunca termina de cerrarse, lo que se abre otra vez, y otra vez.   Impermanente. Inestable. Inagotable. Insaciable. Eternamente deseable.   G.G.

BONITO

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  Fotografia: Raúl Corredor.  @fotoactividad Tengo tal cantidad de trabajo, que llevo días sin poder sentarme a escribir. Esta tarde, frente al ordenador, en casa, no he conseguido concentrarme con el trabajo y he dedicado un tiempo a pensar, a escribir, a liberarme un poco del peso laboral, en resumen, a disfrutar haciendo lo que realmente me gusta. Últimamente pienso mucho en qué significa de verdad que alguien sea “bonito”. Ayer compartí la tarde con personas bonitas, y hoy entiendo que lo bonito no tiene nada que ver con el aspecto ni con lo que uno aparenta. Lo bonito en una persona se nota en cómo actúa, en cómo escucha, en cómo respeta. He empezado a rodearme solo de gente que me aporta, que me hace crecer, y me doy cuenta de la suerte que tengo de haber encontrado a varias personas así. Son personas que no necesitan adornarse, que saben dar espacio y también compañía, que cuidan y se dejan cuidar. Lo bonito es empatía, respeto, paciencia. Es aceptar que cada persona es...

Bye, bye...

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Nunca he sabido llevar bien la falta de respeto. Sé que yo mismo suelo lanzar palabras difíciles de encajar, frases que caen como piedras en el suelo de lo “socialmente válido”. No sé disfrazarlas, no sé dulcificarlas. Y me da igual. No lo hago con intención de hacer daño a nadie. Pero claro, las cosas que no gustan, duelen. No soporto la hipocresía, la mentira, la deslealtad… Aunque con ellas me apaño, he aprendido a masticarlas en silencio hasta tragarlas, si bien, muy pronto, aprenderé a rechazarlas automáticamente.  Con lo que no puedo, con lo que jamás podré, es con el grito, con esa voz que se alza como si el volumen pudiera convertir la arrogancia en verdad. Ah, no!! Eso no lo permitiré jamás. Entonces digo no. Un no tan bajo que no nace de mi garganta, sino de mis manos, de mi piel, de mi espalda que se aparta. No tolero que me griten. Lo tomo como un touché. No con florete, con espada. Considérame muerto. Llámalo madurez, llámalo eclipse, llámalo simplemente claridad. Hay...