Me (VI)

 



Cuando empecé la serie Me no sabía que estaba creando algo. Pensaba que era un desahogo aislado, un gesto cualquiera, y sin embargo, ahora entiendo haber abierto un espacio propio, una forma de crecer, de comprenderme y de colocarme en el mundo.

La serie Me me muestra que no encajo y que no estoy dispuesto a encajar. No intenta suavizar los bordes, sino caminar en ellos, con calma, reconocer que pertenezco a un lugar distinto, aunque ese lugar tenga que recorrerlo en soledad. No quiero que se me malinterprete, no es prepotencia, no me considero ni mejor ni peor que nadie, me considero simplemente yo. Me reconozco, y me acepto.

No es un diario ni un mapa, sino una sucesión de poemas que me acompañan, que me permiten afirmar mi postura sin dramatismo, con la tranquilidad de saberme bien, realmente bien, incluso en el desajuste.

La serie Me es ese lugar: un hogar que construyo con palabras, capaz de sostenerme mientras camino, capaz de recordarme que pertenecer no significa encajar, y que encajar, es perderme a mi mismo.

He de reconocer, que desperté triste y enfadado conmigo mismo, pero en estos momentos, me siento realmente bien. 



Del silencio,
esa lengua vieja que me enseñaron a hablar con los labios cerrados,
llevo una vida aprendiendo a medir mi voz con reglas ajenas,
a plegarla como mapa viejo para que no roce,
a traducir mis urgencias en frases que suenen a cortesía y no a filo;
y mientras limito mi dicción,
el mundo estaciona sus carros sobre mi tierra.
 
De la palabra,
esa piedra que siempre dicen que lanzo sin cuidado,
y tal vez sea verdad,
tal vez mis palabras pinchen,
no son tanto los vocablos los que matan
como los gestos que los acompañan,
los silencios que los aprueban,
la costumbre de quien escucha de convertir tu herida en anécdota
y tu desasosiego en entretenimiento.
 
Del cuerpo,
que se encoge en la sala cuando todos
opinan sobre tus modos de sufrir,
cada vez que callas por no molestar,
talas un árbol en tu bosque,
y las sendas que dejas vacías las llenan con huellas ajenas;
no pierdes solo una frase,
cedes un claro entero donde antes brotaba algo que era sólo tuyo.
 
Del pasto,
imagino mis praderas cercadas por una valla de palabras no dichas;
y llegan las manadas, a veces sin mala intención,
y apisonan lo que queda,
las vacas del vecino comiendo la gramática de mi invierno,
rumiando a sus anchas los nombres que yo todavía no sé pronunciar sin culpa.
 
De la valla,
esa institución mínima que separa lo mío de lo que no es mío,
cuando te quitas la barrera para evitar una pelea,
no siempre regresas a mejores acuerdos,
a veces entregas el terreno y te despiertas con extraños arando.
 
Del acaso tecnológico,
he soñado con ser un aparato que recibe señales
y las procesa sin confundir pulso con propósito,
que el relé distinga entre el dolor que requiere cuidado
y la ofensa que exige distancia,
que el silicio no se escandalice ni se avergüence;
ser un pequeño cyborg que aprende a devolver lo suyo en el tiempo justo,
sin desfallecer en la explicación ni en la culpa.
 
De la culpa,
esa moneda con la que me piden pagar cada emoción que no encaja en su vitrina,
no la quiero, no la acepto como peaje;
prefiero nombrar la pérdida,
aunque suene torpe, aunque produzca ruido,
antes que abrir las puertas y no volver a reconocer mis praderas.
 
Del habla posible,
propongo un idioma donde se permita la torpeza,
donde el interlocutor se pare un instante
y mire la herida en vez de medir la intensidad del corte;
un lenguaje que no exija pulcritud performativa
sino curiosidad para sostener el peso de lo que digo hasta que deje de doler.
 
Del regreso,
volveré a ocupar mis claros,
a poner una valla cuando haga falta y a derribarla cuando la confianza me lo pida;
no para imponerte silencio,
sino para reclamar mi derecho a equivocarme sin que eso signifique perder el pasto.
 
Del último gesto,
te digo: si me escuchas,
escucha como quien acompasa una máquina y un pulso humano a la vez,
haz la pausa que permita que mi palabra respire,
no la corrección que la enferme.

G.G.


Comentarios

  1. Esto tiene mucha miga. Para interpretarlo del todo lo tuve que leer un par de veces. Ahora si puedo opinar creo. Es farragoso, y muy profundo.yo seguramente hubiera reaccionado de la misma manera pero con cautela. A veces el ímpetu no entra en la mente y la razón del los demás. Las vallas para unos son de acceso respetuoso y para otros son invasivas.

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    1. Está claro, tu no eres yo, y yo no soy tú. La clave está en dejar de mirarnos a nosotros mismos como punto de referencia único y verdadero, y estar dispuestos a entender a los demás

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  2. De la culpa...
    Todos tenemos problemas para encajar en nuestra vitrina las emociones de los demás. Nadie es tan diferente al otro, aunque a veces nos guste pensar que somos "especiales". Me parece, y yo soy como tú en muchos sentidos, que "echar la culpa" a los demás de que no nos permiten ser como somos, no es el mejor camino. Todos tenemos tanto que aprender en lo que se refiere al respeto al otro...Incluso los que creemos (me cuento entre ellos) que somos nosotros los que siempre respetamos.
    Hay que darle una vuelta a todo lo que aquí has escrito (tal como yo lo he entendido).
    Te quiero ❤️‍🩹

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    1. Quizá no me has entendido. No echo la culpa a quien pretende cambiar como soy. Lo que digo, es que se marche si no puede con lo que ve. Así de sencillo.

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  3. Hay que hacer lo posible por seguir mejorando, por alcanzar la mejor versión de nosotros mismos, sin más...Siempre hacia adelante.

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