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La grieta en el código: identidad y resistencia en la era digital.

Nos enseñaron a existir en reflejos, a mirar nuestra propia imagen a través de los ojos ajenos. Nos dijeron que éramos libres, pero nos dieron solo dos o tres formas de ser. Nos vistieron con discursos heredados, nos nombraron con etiquetas que otros diseñaron. Nos prometieron conexión, pero nos dieron una red donde colgar nuestras sombras. El poder, nos diría Foucault, no se impone con cadenas visibles. Es más sutil: se infiltra en la lengua, en la norma, en la mirada que dicta qué es digno de mostrarse y qué debe ocultarse. En las redes sociales, el panóptico es un algoritmo que premia la complacencia y castiga la diferencia. Pero hay quienes resisten. Quienes habitan el margen del código, quienes rehúsan la docilidad de los filtros, quienes hacen de su cuerpo un manifiesto, de su identidad un territorio indomable. Allí donde el poder quiere imponer su orden, nacen grietas, espacios de disidencia, huecos donde florece lo inesperado. Y en el amor, ¿somos realmente libres? Sartre ...

El panóptico de luz y sombra

Foucault me advirtió: no hace falta una celda para ser prisionero, basta con saberse observado. Antes, el poder tenía muros, torres que erguían su vigilancia como un ojo omnipresente. Hoy, el panóptico es luz, una pantalla que nos invita a hablar, a mostrarnos, a confesar quiénes somos. No hay carcelero, solo la mirada de muchos, un algoritmo que decide qué versión de mí merece ser vista, cuántos clics vale mi existencia. Me dijeron que era libre, pero entendí que la jaula es transparente, que la vigilancia no impone grilletes, sino deseos: Ser visto, ser validado, ser aceptado. Nos volvimos nuestros propios centinelas, ajustando gestos, palabras, editando el yo hasta encajar en la norma. Pero si el panóptico es luz, la resistencia habita en la sombra. La fuga no es desaparecer, sino multiplicarse. No soy un perfil, soy el rugir de muchas voces, el error en el código, la grieta en la red. En cada anonimato estratégico, en cada silencio elegido, en cada ...

La imposibilidad de decir exactamente lo que queremos decir

La s palabras parecen acercarnos, pero en realidad nos alejan. No llegan intactas, no se entregan puras. Se deforman en el aire, se deslizan en la ambigüedad y, al final, cada uno escucha lo que puede, lo que quiere o lo que teme. Derrida nos mostró que el lenguaje nunca es completamente estable: una palabra no tiene un significado fijo porque siempre está en relación con otras palabras, siempre depende del contexto y del instante en que se dice. Nunca logramos capturar el sentido total de lo que queremos expresar porque el significado siempre se aplaza, se posterga. A esto lo llamó différance: la diferencia y la demora del significado, la imposibilidad de fijar una verdad última en las palabras. Pero si el lenguaje ya es inestable en sí mismo, ¿qué sucede cuando además nos resistimos a usar las palabras exactas? No porque no las encontremos, sino porque sabemos demasiado bien cuáles serían. Porque al decirlas, ya no podríamos ocultarnos detrás de la ambigüedad, ya no podríamos jugar c...

Por la belleza. Gracias.

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"A todas las personas que han formado parte de mi vida, con un cariño especial para mi querida prima Paloma, cuya presencia en la distancia, me ha inspirado a terminar este proyecto hoy." Gracias. Por cada instante,  por cada grieta,  por cada sol que me despertó y cada noche que me abrazó en su sombra. Por las veces que caí,  por las veces que dudé,  por las veces que no supe quién era  y por aquellas en las que me encontré sin querer. Gracias. Por los que llegaron  y por los que se fueron, por quienes me amaron sin medida  y por quienes no supieron cómo hacerlo. Por los abrazos inesperados,  por las miradas que dijeron más que mil palabras, por las despedidas que parecían finales  y fueron comienzos disfrazados. Gracias. Por cada palabra que sanó,  por cada silencio que enseñó. Por los errores,  por los aciertos,  por lo que nunca entendí  y por lo que un día dejó de doler. Por los caminos que me desviaron,  por los...

Contrato de navegación sentimental

Un día cualquiera, de una relación cualquiera,  —       Pero ¿qué somos? Ella deja caer la pregunta con la cucharilla atrapada entre los dedos. La revuelve en su café sin azúcar, aunque ya no queda nada por disolver. No es la primera vez que lo pregunta. No es la primera vez que no obtiene la respuesta que quiere. Él ladea la cabeza. No porque no lo haya pensado, sino porque sabe que ninguna respuesta será suficiente. —       Somos dos personas que pasan tiempo juntas. Ella resopla. —       Eso no significa nada. —       ¿Y si no tiene que significar nada? Ella aprieta los labios. Podría soltar un discurso. Hablar de la importancia de definir, de ordenar, de saber en qué punto están para saber qué esperar, cómo actuar, qué hacer con todo esto que llevan meses construyendo. Porque han construido algo. Claro que sí. Pero sin manual de instrucciones. Sin planos. Sin ac...

El arte de discutir sin soltarse

—No es cierto. Dijiste que te gustaba. —Dije que no estaba mal. Que no estaba mal no es que me guste. —Pero dijiste que la verías otra vez. —Porque me dormí a la mitad. Silencio. Nos miramos. La guerra fría de los absurdos. Nosotros dos, parados en una esquina cualquiera, discutiendo sobre una película que ninguno quiere volver a ver, pero que ahora se ha convertido en cuestión de principios. Y sin embargo, caminamos juntos. Sin embargo, al cruzar la calle, instintivamente nos agarramos del brazo. Sin embargo, si un coche frenara de golpe, el otro estiraría la mano sin pensarlo. Qué extraño es esto de la amistad. Tan llena de pequeñas batallas ridículas. Tan llena de intentos de tener razón en cosas sin importancia. Y al mismo tiempo, tan llena de certezas: Que no nos gusta el mismo café pero siempre hay uno extra en la despensa. Que no siempre nos entendemos, pero siempre sabemos volver. Que no nos juramos nada, pero seguimos aquí. Tal vez no hace falta entenderse to...

Gracias, gracias, muchísimas gracias

Gracias por nada, por todo, por lo que no pedí y por lo que jamás recibiré. Gracias por ese mensaje sin leer, por el café frío, por la puerta cerrada en mi cara. Gracias por fingir interés, por el ‘te llamo’ que nunca llega, por el abrazo de aire. Gracias por el favor que nunca hiciste, pero oye, qué detalle mencionarlo. Gracias por el consejo que no pedí, por la sugerencia brillante de ‘tienes que relajarte’. Gracias por la oportunidad… de esperar sentado. Gracias por la sonrisa automática, por el "qué majo" sin ganas,  por el "qué ilusión" sin ilusión, por el "qué bien te veo" cuando se nota que no. Gracias por el "qué rico" a la comida insípida, por el "me encanta" a lo que da igual, por el "qué alegría" con ojos de lunes. Gracias por la ovación de cortesía, por el aplauso enlatado, por el "qué bonito" a lo que no miraste, por el "qué suerte tienes" sin conocer la historia. Gracias, gracias, d...