La grieta en el código: identidad y resistencia en la era digital.
Nos enseñaron a existir en reflejos, a mirar nuestra propia imagen a través de los ojos ajenos. Nos dijeron que éramos libres, pero nos dieron solo dos o tres formas de ser. Nos vistieron con discursos heredados, nos nombraron con etiquetas que otros diseñaron. Nos prometieron conexión, pero nos dieron una red donde colgar nuestras sombras.
El poder, nos diría Foucault, no se impone con cadenas visibles. Es más sutil: se infiltra en la lengua, en la norma, en la mirada que dicta qué es digno de mostrarse y qué debe ocultarse. En las redes sociales, el panóptico es un algoritmo que premia la complacencia y castiga la diferencia.
Pero hay quienes resisten.
Quienes habitan el margen del código, quienes rehúsan la docilidad de los filtros, quienes hacen de su cuerpo un manifiesto, de su identidad un territorio indomable. Allí donde el poder quiere imponer su orden, nacen grietas, espacios de disidencia, huecos donde florece lo inesperado.
Y en el amor, ¿somos realmente libres?
Sartre nos recordaría que el amor no es un destino sino una decisión, pero también una carga. Amar es asumir la responsabilidad de nuestra elección, sin excusas, sin dioses ni fórmulas prefabricadas. Sin embargo, en un mundo donde el deseo está programado por tendencias, ¿cómo distinguir lo que realmente queremos de lo que nos han enseñado a querer? Resistir es elegir con conciencia, amar sin guion, construir vínculos que no sean copias de lo impuesto.
Bauman, en su modernidad líquida, nos advertía sobre la fragilidad de las relaciones en tiempos de inmediatez. Deslizamos rostros con un dedo, cancelamos historias con un clic, nos acostumbramos a conexiones que no echan raíces. Amar se vuelve un acto de consumo: si deja de satisfacer, lo desechamos. Pero aquí estamos, aferrándonos a lo sólido, buscando miradas que no se desvanezcan con la notificación siguiente.
Nos dijeron que el amor es encontrar a alguien que encaje, pero quizá la verdadera resistencia sea amar sin encajar.
Foucault nos enseñó que donde hay poder, hay posibilidad de lucha. Cada post que desafía lo normativo, cada historia que rompe el molde, cada imagen que se muestra sin miedo, es un acto de insurrección. Somos más que datos en un servidor, más que perfiles en una nube. Somos cuerpos que laten, palabras que persisten, existencias que se niegan a ser editadas.
Porque en este vasto mar de bits y datos, la verdadera revolución es ser.
G.G.
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