Hojas muertas


Hay amistades que se pierden como en el otoño, algunos árboles pierden sus hojas, sin estruendo, sin avisos, sin siquiera un último gesto para tratar de ser pereenes. Simplemente caen. Y una parte de ti las observa en silencio, esperando —quizás— que el viento las devuelva a sus ramas. Pero no.

Tú no estuviste cuando hacía falta que lo hicieras. No fuiste abrigo, ni refugio, ni siquiera presencia. Y si en algún momento lo supiste, si hubo en ti una chispa de conciencia, decidiste no avivar el fuego ni con un perdón, ni con un paso al frente. Te marchaste del todo, incluso cuando seguías ahí.

Y en esta vida, hay caminos sin retorno. No hay vuelta atrás para las hojas que han elegido soltarse. Con la primavera, siempre nacen nuevas. Distintas. No mejores, quizá. Pero presentes. Capaces. Reales.

Así que me despido. No con rencor, sino con la seguridad de que hay ciclos que se agotan y afectos que no pueden sostenerse solos. Que no merece la pena quedarse donde no hay cuidado, donde no se tienden puentes, donde no se repara el daño. Que te vaya bien. Que te vaya muy bien amiga.

El otoño ha hecho su parte.

Solo nos queda barrer.

Con todo el cariño del mundo:


Te esperé. 

Nunca llegaste. 

No vi remordimiento,

no vi excusa. 

Solo ausencia.

Solo vacío.

Solo un grito que se ahoga,

incluso antes de intentar ser.


Ahora todo es polvo.

Si alguna vez hubo rastro,

se lo llevó el viento,

con la indiferencia de siempre

sin dejar siquiera, 

migajas de decepción. 

Limpiamente.


G.G.

      

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