Los que renuncian
Soy de los que no pueden callar. No
porque el silencio me pese, sino porque hay verdades que solo existen si se
dicen, pensamientos que se justifican en la palabra, sentimientos que toman
forma cuando encuentran voz. No quiero ni sé disfrazar lo que pienso ni lo que
siento. Me pertenezco en mi sinceridad, en mi derecho a nombrar lo que veo y lo
que rechazo. No espero que todos lo comprendan, pero tampoco concedo
indulgencias a la cobardía ajena.
Porque si hay quienes se conceden
el privilegio de hablar sin que sus palabras se correspondan con sus actos, si
existen aquellos que se esconden tras discursos vacíos y justificaciones
débiles, si eluden su propia verdad mientras eligen imponer la suya sobre
otros, ¿por qué no habría de darme yo el derecho de nombrar lo que son?
Hablo porque puedo, porque quiero y
porque me sostengo en lo que digo. Y es precisamente por eso que me resultan
intolerables los que renuncian a hacerlo. No todo el que calla es prudente ni
todo el que se aparta lo hace por sabiduría. Hay quienes confunden la retirada
con el resguardo, la inacción con la serenidad, la mentira con la paz. No es la
vida la que los doblega, sino su propia incapacidad de sostenerse en ella. Son
los que renuncian a la lucha antes de que esta comience, los que no soportan el
peso de sus propias decisiones y prefieren desdibujarse en la nada antes que
cargar con la verdad.
La cobardía no es solo la ausencia
de valor; es la negación de la existencia en su forma más cruda. Es eludir el
conflicto para evitar el dolor, es mirar hacia otro lado cuando la vida exige
presencia, es construir un refugio de excusas y medias verdades donde nada
duele porque nada se enfrenta. Pero el miedo que no se combate se transforma en
una prisión que poco a poco se cierra sobre sí misma, y quienes huyen del fuego
acaban asfixiados en su propio aire viciado.
Son aquellos que, cuando la vida
los empuja a asumir su propia historia, prefieren fingir que no han sido ellos
quienes la han escrito. Esquivan el error en lugar de redimirlo, evitan la
culpa en lugar de afrontarla, repiten para sí mismos que todo fue un accidente,
que las circunstancias los llevaron, que nunca hubo opción. Pero la hay.
Siempre la hay. La dignidad no es un don con el que se nace, es una elección
constante, un acto de voluntad que distingue a quienes se sostienen de quienes
se diluyen.
Y en esa renuncia no solo se
traicionan a sí mismos, sino que desgastan y destruyen lo que los rodea. Porque
el cobarde no se desvanece sin más; deja tras de sí un vacío, una herida
abierta, una ausencia sin explicación. Se marcha sin despedirse, da la espalda
sin sostener la mirada, deja sin respuesta las preguntas que él mismo provocó.
No tiene la fortaleza de un enemigo, ni siquiera la decencia de un adversario
digno; es un borrón en la historia, una sombra que se desdibuja antes de ser
confrontada.
Pero lo que no se asume no
desaparece. Lo que se esquiva no se redime. El que huye de sí mismo solo
prolonga la inevitable cita con su propia miseria. Porque no hay paz en la
cobardía, solo una existencia a medias, un algo que pudo haber sido y no fue,
una máscara que tarde o temprano caerá ante el peso de su propia
inconsistencia.
La cobardía es un espejo que tarde
o temprano devuelve una imagen distorsionada. No es solo un daño infligido a
los demás, sino una herida autoinfligida que nunca deja de supurar. Porque
quien no se enfrenta a sí mismo se convierte en un espectro de lo que pudo ser,
un ser condenado a la incertidumbre de su propia fragilidad. Se alejan de todo
lo que exige un mínimo de entrega, de lucha, de sacrificio, de responsabilidad.
Prefieren la sombra de lo efímero, la levedad de lo que no compromete, la
distancia de lo que no los obliga a sostenerse. Pero nada desaparece solo
porque se elija ignorarlo. Los errores no se desvanecen en el aire ni el tiempo
absuelve lo que no se expía.
Y en su huida, no solo se destruyen
a sí mismos, sino que arrastran con ellos la confianza ajena, el afecto que no
supieron sostener, la lealtad que nunca aprendieron a corresponder. Porque la
cobardía no es solo un refugio para quien la ejerce, sino un peso para quienes
los rodean. Es un abismo que consume la seguridad de aquellos que creyeron en
ellos, que apostaron por su integridad, que esperaron de su parte un mínimo de
honestidad. Pero el cobarde no responde, no sostiene, no repara. Se desvanece antes
de tener que mirar a los ojos a quienes han quedado en pie tras su retirada.
Y así viven, en un exilio
autoimpuesto, atrapados en la paradoja de su propia debilidad: incapaces de
luchar, pero también incapaces de encontrar paz en su rendición. Se convencen
de que no hicieron daño, de que la vida los empujó, de que nunca tuvieron opción.
Pero la verdad es otra: renunciaron a la posibilidad de ser algo más, de
sostenerse en la verdad, de enmendar lo que rompieron. Porque el valor no es la
ausencia de miedo, sino la capacidad de enfrentarlo. Y ellos eligieron no
hacerlo.
Sin embargo, ya no cargo con ello. Ni con su culpa ni con la mía. Si alguna vez los cobardes fueron mi herida, si alguna vez permití su sombra en mi vida, ya no les pertenezco. He nombrado lo que son y lo que fui, he reconocido mi error de haber esperado valentía en quien solo sabía desaparecer. Y en esa aceptación, en ese juicio sincero y sin indulgencias, he encontrado mi propia absolución.
Estoy libre. No porque me lo hayan concedido, sino porque me lo he tomado. No hay nada que expiar cuando se ha dicho la verdad. No hay culpa en quien se sostiene. No hay deuda en quien ha saldado consigo mismo su propia historia.
Así que sigo adelante, con la certeza de haber sido, de haber hablado, de haber sentido, de haber esperado y de haber aprendido. Con el peso de los que renunciaron por fin lejos de mis hombros. Con la paz intacta de quien no se esconde. Con la valentía entera de quien sigue en pie.
Y mientras ellos, los cobardes, cuando miran a su alrededor y encuentran vacío, aún tienen la osadía de preguntarse por qué.
G.G.

Oleeee escrito de reflexión sobre la cobardía de tantos..
ResponderEliminarNo sabes cómo te entiendo, y lo que he sufrido yo también por decir verdades y encontrarme con el silencio de los cobardes que nunca me sostuvieron...
Hola querida hermana. Gracias. He eliminado el comentario anterior, porque no estoy seguro de poder utilizar determinadas expresiones en el Blog y no tengo ganas de conflicto (jajaja) pero en tu memoria y la mía queda. Y si, toda la razón, que se vayan unos y nos quedamos con los otros.
EliminarHola me gusta mucho joven G G R.
ResponderEliminarSigue adelante
ResponderEliminarCuanta razón en tus palabras!!!! Te adoro!!!❤️❤️
ResponderEliminarHermoso ❤️
ResponderEliminarSiento en estas palabras una fuerte necesidad de desenmascaramiento de una experiencia social. Lo interpreto como un deseo de expresión potente, la verdad también pienso gran parte conectado con esas palabras, y en contraste a la vez saber donde detenerme y pensar, pues mira quizá desde nuestra posición del don de la palabra es más fácil visualizar actitudes que hemos tenido y que ya no nos pertenece ... o estamos en otro punto. Pero hay la mayoría de las personas no encuentran la forma de ser menos cobardes, la autenticidad es un acto de valentía, pero requiere de un trabajo realmente duro. Gracias por esas palabras, me deja pensar muchas cosas
ResponderEliminarAlberto AG
ResponderEliminarUna reflexión dura y necesaria. Expresas de manera clarificadora lo referido a las conductas humanas.
EliminarGracias, Graci.