La imposibilidad de decir exactamente lo que queremos decir
Las palabras parecen acercarnos, pero en realidad nos alejan. No llegan
intactas, no se entregan puras. Se deforman en el aire, se deslizan en la
ambigüedad y, al final, cada uno escucha lo que puede, lo que quiere o lo que
teme. Derrida nos mostró que el lenguaje nunca es completamente estable: una
palabra no tiene un significado fijo porque siempre está en relación con otras
palabras, siempre depende del contexto y del instante en que se dice. Nunca
logramos capturar el sentido total de lo que queremos expresar porque el
significado siempre se aplaza, se posterga. A esto lo llamó différance: la
diferencia y la demora del significado, la imposibilidad de fijar una verdad
última en las palabras.
Pero si el lenguaje ya es inestable en sí mismo, ¿qué sucede cuando además nos
resistimos a usar las palabras exactas? No porque no las encontremos, sino
porque sabemos demasiado bien cuáles serían. Porque al decirlas, ya no podríamos
ocultarnos detrás de la ambigüedad, ya no podríamos jugar con el malentendido
conveniente. Derrida también desmontó la creencia en la "metafísica de la
presencia", esa idea de que el significado está inmediatamente accesible
en el lenguaje. En realidad, nunca hay un significado puro, nunca hay una
palabra que exprese con exactitud lo que sentimos o pensamos. Siempre hay un
desfase, una brecha.
Sin embargo, antes que Derrida, Wittgenstein ya había abordado el problema del
significado desde otro ángulo. En sus Investigaciones filosóficas, sostuvo que
las palabras no tienen un significado intrínseco, sino que su sentido se
construye en su uso dentro de la vida cotidiana. No basta con analizar la
estructura del lenguaje; lo que importa es el contexto en el que se pronuncia
una palabra, la actitud con la que se dice, las reglas compartidas que permiten
a los hablantes entenderse. Wittgenstein diría que participamos en juegos de
lenguaje, en los que la comunicación es posible porque hay normas implícitas
que nos ayudan a interpretar las palabras más allá de su ambigüedad
estructural.
Si Derrida nos dice que el significado siempre se aplaza, Wittgenstein nos
recuerda que, aun con esa inestabilidad, logramos entendernos en la práctica.
No porque las palabras sean exactas, sino porque nos apoyamos en gestos, tonos,
situaciones compartidas. Tal vez la comunicación nunca sea perfecta, pero eso
no significa que sea imposible.
Y sin embargo, ¿qué sucede cuando nos escondemos deliberadamente en la
vaguedad? No solo porque el lenguaje nos lo impone, sino porque nos conviene.
Preferimos que ciertas relaciones permanezcan como están, sin someterlas a la
prueba de la palabra justa. Si una palabra puede cerrar un significado, también
puede cerrar una relación. Y así es como aprendemos a hablar sin decir del
todo, a usar frases que parecen significativas pero que en realidad dejan
margen suficiente para no comprometerse, para no arriesgarse.
Nos hemos acostumbrado a la conversación como un espacio de negociación más que
de comunicación. No intercambiamos significados, sino impresiones, evitando la
palabra que podría ser demasiado exacta, demasiado verdadera. ¿Es prudencia?
¿Es miedo? ¿Es una forma de proteger al otro o de protegernos a nosotros
mismos? Derrida nos enseñó que el lenguaje nunca logra capturar la realidad de
manera definitiva, pero Wittgenstein nos mostró que, en la vida cotidiana, a
veces nos entendemos sin necesitar esa precisión absoluta.
Tal vez, en el fondo, nunca quisimos entendernos del todo. O tal vez nos
entendemos justo en el punto en el que queremos hacerlo, ni más ni menos.
G.G.
Temazo! En un momento de comunicación unidireccional, con audios en wsp sustituyendo la conversación fluida, en la que dices lo que quieres sin ser interrumpido y escuchas si quieres, o aceleras la escucha si se te hace largo. Y a la inversa, claro. Te aceleran, te escuchan o no....en vez de levantarse y dar un portazo dejándote con la palabra en la boca y la miel en los labios. Temazo, Graci! Muak
ResponderEliminarPara mí en el lenguaje la prioridad nunca es aplastar al otro. Porque no lo siento como un adversario sino como un compañero, sobre todo si existen ya relaciones en las que hay sintonía. Me ha gustado la exposición que has hecho de un recurso complicado de usar. Graciliano, muy bien.
ResponderEliminarGracias Rodolfo.
EliminarLo expresas todo como es, me encanta
ResponderEliminarLeti, mi amor, gracias
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