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Algo que decirme. Presente y memoria

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  Algo que decirme para no olvidarlo. Algo que, si escribo, podré recordar. Hay un tiempo en que sientes la relación completa. Cada gesto que haces, cada palabra que pronuncias, cada silencio que sostienes tiene peso; nada resulta irrelevante. Tu presencia basta para mantener el equilibrio, y percibes la armonía que sostiene lo que compartís. No necesitas explicaciones, no hay imposiciones: cada instante fluye, lo recibes, lo compartes, y en esa continuidad reconoces la plenitud que existe antes de cualquier cambio, la intensidad de lo vivido que prepara el terreno para lo que sigue. Ahora comprendes que nada permanece igual. Cada encuentro transforma lo que es compartido, altera su ritmo, redefine sus límites. No se trata de un error puntual ni de un cálculo equivocado; se trata de tu implicación, de cada palabra que pronuncias, de cada silencio que sostienes, de tu atención y tus descuidos, de tu intención y tu torpeza, de lo que das y de lo que retienes. Todo deja su huella,...

Creo

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No es fácil vivir sin adaptarse demasiado. El mundo exige máscaras, exige velocidad, exige que todo se diga en frases breves y se olvide con la misma rapidez. Hay que tener opinión sobre todo, sonrisa para todos, éxito visible y tristeza discreta. Pero la libertad, la de verdad, no tiene que ver con escapar de las normas, sino con mantenerse fiel a lo que uno es cuando todo alrededor te empuja a disimularlo. La libertad es poder decir “esto no me representa” sin miedo a quedarse solo. Es no necesitar el aplauso de nadie para sentirse vivo. Entender que a veces ser coherente significa perder cosas, lugares, personas, oportunidades. Pero no perderse a uno mismo.  No creo en los discursos impecables ni en las purezas morales. La pureza es una trampa que nos hace olvidar la complejidad del mundo.  Creo en la gente que se contradice, que cambia de idea, que reconoce su ignorancia. En los que aman sin estrategias, en los que ayudan sin contarlo, en los que no necesitan justificar s...

Día gris

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  Sentí la necesidad de estar en soledad, en silencio... Hoy el día amaneció feliz, muy feliz, como venía siendo habitual en las últimas semanas, pero con el paso de la mañana fue perdiendo brillo. Se volvió un día gris. Gris de esos que te afectan más de lo que deberían. Las palabras de la gente pesan más de la cuenta, se enredan en el ánimo y lo desajustan. A veces parece que todos andan un poco frágiles, un poco desbordados, y cualquier cosa basta para romper el equilibrio. Dicen que mi tono es duro. Quizá sólo sea directo. O quizá me falte paciencia. El día avanza como un carro con ruedas cuadradas, torpe, cansado, sin intención de llegar a ninguna parte. Un día triste en el que mi alma llora por dentro, igual que el cielo deja caer sus gotas. Sólo que hoy, las más pesadas, no caen del cielo. Brotan de mi interior, desde un alma dolida que busca alivio, una rendija de calma en medio de tanta espesura. He decidido salir del despacho y volver a casa, trabajar desde el refugio...

Sobre los que no se asustan

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  Anoche leí una frase de Bertrand Russell que decía que la inteligencia se mide por la cantidad de incertidumbre que uno puede soportar. Me quedé dando vueltas tratando de interpretarla. Tomé nota e intenté dormir, pero lo cierto es que me ha costado hacerlo profundamente. Suena tan simple que casi se pasa de largo, pero tiene algo muy cierto: a veces no soportamos no entender. ¿Podemos vivir continuamente entre signos de interrogación? ¿Es difícil aprender? Me he levantado pensando en ello. Quizá lo realmente difícil sea quedarse tranquilo cuando nada encaja. No correr a explicarlo todo, no fabricar razones sólo para dormir mejor. Creo que me gusta haber aprendido a quedarme en ese hueco sin llenarlo, sin necesitar tener razón. Poder decir “no sé” sin vergüenza. No convertir la duda en enemiga, sino en compañera. Soportar el no saber, y seguir ahí, sin disfrazar el miedo, se ha convertido en la forma más honesta de inteligencia que puedo mostrar. No tengo mied...

Entre etiquetas y nombres

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(Sep -2025) Me irrita, me molesta, me decepciona la gente que cree por creer y etiqueta para poder valorar. Basta que el precio baje en las rebajas para que todo sea aceptable. Corren, compran, justifican, aplauden la oferta. Todo tiene un valor económico. Eso hacemos los humanos entre nosotros, nos etiquetamos, nos medimos, y nunca nos atrevemos a mirar más allá. Nos quedamos con el precio que pagaríamos y olvidamos el esfuerzo que hay detrás. No tocamos el tejido, no nos probamos la prenda, no sentimos cómo cae sobre la piel. La etiqueta dice “lana” o “lana virgen”, y eso nos basta para decidir, aceptar o descartar. No nos interesa la suavidad, la textura, la historia del hilo, la dedicación que lo tejió. Solo nos interesa el número en la etiqueta, el valor que hemos aprendido a reconocer. Y si la prenda lleva un nombre, un sello de marca, de repente todo cambia, el tacto importa menos, la historia desaparece. Nos lanzamos a elegir, convencidos de que allí reside la verdad. Quizá sea...

El apagón

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  Bicéfalo Club Esta noche fui a ver un performance muy interesante. La artista, Carola Etche me cuenta que desde la infancia ha tenido pánico al invierno. Después de tres años viviendo únicamente en verano, se enfrenta, con su llegada a Madrid, a un nuevo invierno. Este es su segundo invierno en Madrid. La investigación y la pieza de hoy son el resultado de enfrentarse el año pasado a sus miedos, de decidir que algo podía cambiar. Carola me explica por encima el proyecto. Había realizado otra performance a mediodía; no la misma que vamos a ver, sino una complementaria, superpuesta, enredada con esta. Investiga culturas, religiones, materiales, texturas... hasta que consigue relacionar todo: el fuego, el acero, las velas negras, los puntos cardinales, el carbón, el círculo, y con todo ello, e inspirada en un ritual ancestral, da forma a la obra de arte que vi hoy. El invierno para ella, es un apagón, como un agujero negro que la anula por completo. Desde niña, cuando viajaba con...

Amantes

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  Mientras el café se enfría. Se piensa. Algo. Entre dos. Sobre la mesa, una sombra. Temperatura escapando por la ventana. Entre la ropa colgada, el idioma se enreda. Los sonidos se disuelven confirmando el silencio.   Abrir la puerta, es nombrar. Encender la luz sin mirar, nombrarse. Entre los azulejos se cuela el sentimiento. Bajo la puerta… se infiltra. En la rendija donde nada cabe… ocupa. La radio, un vaso, treguas breves. Entre pensamiento y pensamiento… silencio. Nuevamente silencio. Pasa el perro. No mira. Se observa. Quietud eléctrica, timbre, viento, ropa colgada. Humo de café y dos juegos de llaves sobre la mesa. Lo más parecido a querer, a querer de verdad. El querer respira solo. no tiene nombre, no tiene forma, no decide. Se deja llevar. El diablo se viste de Prada,  el querer se muestra desnudo.   G.G.