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Carta a mi mismo

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  No he llegado hasta aquí siguiendo la mano de otros, ni movido por un deseo ajeno. He llegado porque elegí, unas veces bien y otras equivocándome. A veces no supe quererme lo suficiente para elegir distinto. No fue ignorancia, sino falta de coraje. A veces, incluso viendo, decidí no ver. Deconstruirme ha sido desmontar esas decisiones, sin disfrazarlas de necesidad ni adornarlas con promesas. Tomar la decisión de no volver a traicionarme, de no perderme en mi propio laberinto . No me culpo. Escribo para abrazar lo que no supe, lo que no pude, lo que me llevó a reconocer, por fin, que la libertad comienza en la mirada del autoreconocimiento. He aprendido que respetarme es escuchar con seriedad la intuición primera, esa que sabe sin necesidad de explicaciones, esa que no se confunde con el ruido del mundo ni con las voces ajenas. Que la felicidad no es euforia, ni plenitud constante, sino una lealtad profunda a lo que vibra en mi interio...

No quiero romper al decir

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  No levanto la voz, pero mi verdad retumba como trueno en campo abierto. No hay veneno en mi lengua, solo palabras que no aprendieron el arte de los pliegues. Digo lo que veo, lo que siento, lo que arde. Y a veces olvido que hay oídos que tiemblan, que hay corazones que no saben desatar los nudos sin desgarrarse. No busco herir, pero sé que hiere mi modo seco de sembrar certezas en tierras aún blandas. Mi voz no es piedra, pero a veces cae como si lo fuera, sin medir el peso, sin pensar en el temblor. Me pesa cada lágrima que no supe evitar, cada silencio que dejé sin abrigo, cada mirada que me acusa de haber sido demasiado exacto, demasiado pronto, demasiado yo. Y sin embargo, no quiero callarme. Quiero aprender a decir sin romper, a mostrar la verdad sin arrancarla de cuajo, como quien poda sin deshojar el alma entera. G.G.

Y entonces, soñaste

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Laia García. Confrontación. 2025 Has aprendido, por fin, a mirar de frente. A no esconderte detrás de los porqués, ni de las excusas bien entrenadas. Fuiste a la inauguración de la exposición, "La habitación cerrada", de Miguel Ángel Erba y Laia García, en la galería de arte de la calle Hermosilla en Madrid, Herrero de Tejada. En la nota de sala decía:  "Para soñar verdaderamente hay que desocupar el yo. Dejar que la ensoñación nos sueñe. Habitar el sueño como quien vuelve a un lugar que conoce pero no recuerda. Hay que volver a habitar estas imágenes para convencernos de que fueron nuestras. Soñar es entonces habitar lo inestable, permitir que el sueño nos atraviese, nos desborde y nos reviente"  Victor Hugo, En Voyage: France et Belgique. 1837m, citado en Gaston Bachelard, La poética de la ensoñación, FCE, 1996. Según María García Marqués, Comisaria de la exposición: " La figura que aparece en estas pinturas no es reconocible, no representa a alguien . Se pre...

Estar en Paz.

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  Hay una tranquilidad que no se finge. Llega sola, cuando ya no hace falta discutir, ni ganar, ni tener razón todo el tiempo. Es una calma que aparece después de muchas idas y vueltas, cuando uno empieza a entenderse de verdad. Hoy me siento bien. Estoy en casa, con una copa de vino y Almendra entre las manos, el libro de Won-pyung Sohn que narra la vida de Yunjae, un niño con alexitimia, una condición neurológica que le impide identificar y expresar sus emociones. No es que no quiera sentir, es que no puede. Y eso me conmueve. Qué difícil debe ser vivir sin entender qué te pasa por dentro. Sin poder nombrarlo. Sin poder compartirlo. Mientras lo leo, pienso en cuánto valor tiene poder sentir, pero también en lo necesario que es aprender a manejar lo que uno siente. No se trata solo de dejar que las emociones fluyan sin control, sino de saber encauzarlas, darles un lugar. Entenderlas, para que no nos arrastren. Pienso también en Simmel, que últimamente vuelve a cruzarse en mis lec...

Instrucciones para desviarse

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  Hoy te has levantado con el propósito de avanzar en el máster. Toca estudio, concentración, Kant y Rousseau. Tenías que preparar una intervención sobre el sujeto ilustrado, la voluntad general, la razón práctica. Qué maravilla. Y sin embargo, como ya viene siendo costumbre, te has desviado. En lugar de escribir ese ensayo que debes entregar el día 22 de abril, estás aquí, redactando pensamientos que nadie ha pedido, hilando reflexiones que no figuran en el programa de estudios. Muy bonito todo. Muy responsable. Y sin embargo… no puedes evitarlo. Has llegado hasta aquí, solo. No por elección, sino por consecuencia. No por despecho, sino por lucidez. Has desandado el camino del deber y del deseo, y te has descubierto en medio de una intemperie que no esperabas, sin abrigo alguno salvo tu propia conciencia. Lo entendiste tarde, quizá, pero a tiempo. Que no había ley moral universal que pudiera sostenerte cuando la estructura interna comenzó a colapsar; que la supuesta armonía del mu...

El filo de la palabra y la ternura del vínculo. Una máscara menos. Más intensidad.

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  Llevo casi un mes escribiendo sobre esto. Sobre la amistad. Sobre lo que para mí significa. He llenado notas, frases sueltas, tachones, y ayer publiqué en mi blog un texto que titulé No es un adiós, es un hasta siempre , acompañado de una poesía que hablaba de la necesidad de tomar distancia cuando una amistad se vuelve demasiado pesada, cuando la intensidad empieza a ahogar más que acompañar, y cuando te das cuenta de que no hay un verdadero entendimiento. No ha sido fácil escribirlo. Porque la amistad, cuando es verdadera, duele incluso cuando se fractura sin romperse. Este texto que comparto ahora no surge de un impulso repentino. Es una reflexión masticada, sentida, vivida. Es el resultado de todo lo que he ido pensando durante este tiempo. No sobre lo que los demás creen que es la amistad, sino sobre lo que para mí significa. Y por eso no puedo hablar desde un lugar neutro, ni tibio, ni académico. Hablo desde mí. Desde lo que soy y desde cómo entiendo el vínculo cuando real...

Insomnio

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  Anoche no podía dormir. Hasta las tres y media de la mañana, el pensamiento se volvió una sala sin ventanas, todo lo que no había dicho caminaba por dentro, sin zapatos y sin miedo. No era tristeza, era otra cosa. Algo parecido a la necesidad de entenderme desde otro ángulo, como cuando se gira un papel arrugado y de pronto se lee un mensaje. Escribí. No sé si eran versos, notas, fragmentos, pero ahí estaban. Inconexos, sí, como si cada línea hubiese llegado de otro tiempo o de otro yo. Y, sin embargo, todo tenía sentido. Como esos papelitos escondidos en las galletas de la suerte que, aunque vagos, parecen hablarnos a solas. No quiero que esas palabras se pierdan como historia efímera. Porque lo que se escribe sin dormir también pertenece al día. Y a lo que viene. Ninguna tiene título, pero no les hace falta. 0. La dignidad se esconde a veces bajo capas de polvo que nadie barre. No hay forma definida en lo que se rompe sin ruido. Un gesto, apenas un parpadeo, puede arrastrar sig...