Algo que decirme. Presente y memoria
Algo que decirme para no
olvidarlo. Algo que, si escribo, podré recordar.
Hay un tiempo en que sientes la relación completa. Cada gesto que haces,
cada palabra que pronuncias, cada silencio que sostienes tiene peso; nada
resulta irrelevante. Tu presencia basta para mantener el equilibrio, y percibes
la armonía que sostiene lo que compartís. No necesitas explicaciones, no hay
imposiciones: cada instante fluye, lo recibes, lo compartes, y en esa
continuidad reconoces la plenitud que existe antes de cualquier cambio, la
intensidad de lo vivido que prepara el terreno para lo que sigue.
Ahora comprendes que nada permanece igual. Cada encuentro transforma lo que
es compartido, altera su ritmo, redefine sus límites. No se trata de un error
puntual ni de un cálculo equivocado; se trata de tu implicación, de cada
palabra que pronuncias, de cada silencio que sostienes, de tu atención y tus
descuidos, de tu intención y tu torpeza, de lo que das y de lo que retienes.
Todo deja su huella, todo influye en la manera en que la relación evoluciona,
sensible al cambio que ocurre en cada instante, sin que necesites forzarlo ni
anticiparlo.
Acepta tus errores, no son una condena, sino elementos inevitables que
orientan lo que compartís, que revelan sus límites, que te invitan a
reflexionar y a mirar con conciencia. Tus descuidos, tus palabras que no
alcanzan a transmitir lo que sientes, tus silencios que pesan, tus gestos
torpes: todo interviene en la forma que adopta la relación y en cómo crece.
Cada instante deja su efecto, y comprenderlo te permite integrar lo sucedido
sin intentar restaurar lo que no puede repetirse, sin idealizar ni negar nada,
reconociendo la enseñanza de cada gesto, de cada palabra, de cada pausa y de
cada ausencia.
Debes aceptar que los caminos siguen su curso, que la vida y la muerte
conviven en todo vínculo. Lo que sostienes cambia; lo que compartís se
transforma; nada permanece inmóvil. Cada momento altera el tejido común, moldea
la relación y revela nuevas formas de estar y ser. Intensidad y calma, cuidado
y torpeza, acierto y falta conviven en un mismo movimiento que no cesa, que no
se detiene, que no puedes controlar completamente. Reconócelo y mira atrás con
claridad, sin reproches ni idealización, valorando lo que has vivido y la
influencia de todo ello en tu memoria, en tu aprendizaje, en la manera en que
te acercas a otros y a ti mismo.
Pide perdón por lo que no haces con atención, por lo que no dices, por lo
que dices sin cuidado, por lo que omites, por los gestos que no cumplen su
intención. No lo haces para cambiar lo ocurrido, sino para integrar lo vivido,
para que cada lección guíe tu manera de actuar, de escuchar, de estar y de
cuidar. La memoria de lo compartido no desaparece; se organiza, se despliega, y
todo lo aprendido permanece: lo intenso, lo sutil, la plena atención y el
descuido ocasional forman un flujo continuo que habita en cada instante.
El hasta siempre llega sin dramatismo, sin forzar el cierre, porque lo que
ha sido compartido se sostiene en cada instante, en cada palabra pronunciada, en cada
silencio que sostienes, en cada error que comprendes, en cada aprendizaje que
incorporas. La distancia no destruye lo que es; solo transforma su forma de
existir, permitiendo que la memoria continúe, que la gratitud se mantenga viva,
que tu atención hacia lo que sigue se despliegue con más claridad y conciencia
de la simultaneidad de vida y muerte que habita en todo vínculo.
Aunque los caminos sigan direcciones distintas, permanece la seguridad de que
lo vivido sigue presente, que cada encuentro deja su huella, que cada error
enseña, que cada gesto sostiene y modifica lo compartido, que todo es
necesario, y que todo continúa influyendo en tu manera de acercarte, de estar,
de cuidar y de amar, con otros seres, en otros tiempos. Un hasta siempre no es
un cierre, sino una forma de integrar, agradecer y transformar, y la plenitud
de lo vivido sigue contigo, aunque la cercanía cambie, convertida en memoria,
aprendizaje y posibilidad.
Cada instante importa para ti, cada palabra pesa, cada silencio tiene su
lugar. Nada es irrelevante, nada queda fuera de lo compartido. La relación
respira, se mueve, se adapta, se transforma sin detenerse, y en esa continuidad
reconoces la fuerza de lo vivido, la verdad de lo sostenido, el valor de lo
aprendido, la serenidad de aceptar lo que sigue sin pretender retenerlo. Todo
permanece activo, te guía y te enseña, y cada hasta siempre contiene la seguridad
de que lo vivido sigue, que lo aprendido se integra y que el afecto no
desaparece, solo adopta otra forma, más consciente, más clara, más presente.
G.G.

Si estás son las palabras, definitorias, duras y bellas. Cuánto hay en tú Interior para sintetizar emociones sobre lo que vives.
ResponderEliminarQué intensidad!
Regula, primo! Qué ir tan "dentro" es tanto un bálsamo cómo una batalla.
Te quiero.
Mi vida es una batalla continua primo.
EliminarEsa capacidad para frenar las emociones. Saber cuales son las buenas y disfrutarlas y las regulares para controlar las batallas y nunca rendirse. Las victorias son gratificantes.
ResponderEliminar💕
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