Tristeza


Mi editor dice que no escriba introducciones. Que deje los poemas solos, que sean cuerpos que respiren por sí mismos.

Siempre he sido un rebelde.

Hoy me rebelo menos contra él y más contra el yo que aprendió a no agradecer.

No sabe que me sostiene.

Que cada corrección es un salvavidas.

Que en sus silencios aprendo a escuchar.

Que en su paciencia descubro un refugio que no sabía que necesitaba.

No hay palabras que alcancen, no hay disculpas que quepan, solo versos que guardan su huella y un “gracias” que se esconde entre ellos.

Ayer reventé.

No fue el estallido lo que dolió,
fue la conciencia precisa del punto en que la tela cedía,
esa frontera sutil entre el peso que aún cargo y el que se vuelve memoria.

Residuo.
Forma torpe de ternura.
Tristeza.
Sustancia que recojo día tras día.
Arena de playa blanca.
Bordes de mi mochila que borran las lindes de un tejido sin fuerza.
Hilos ingenuamente humanos,
convencidos de que el cariño puede servir de estructura.

Y no.

Fueron cediendo uno a uno,
sin protesta,
sin pancartas.
Ellos sabían antes que yo,
que su deber era rendirse. 

Sé quién me enseñó a fabricar refugios con lo blando,
los amo,
a los dos.

Pero sigo sin saber,
en qué momento confundí sostener con cuidar.

El empeño de atar lo invisible a lo que pesa,
de coser el alma a un objeto,
que sólo entiende de carga,
no es más que torpeza.
 
Entre los restos,
distingo formas que podrían ser mías:
una hebra que respira cuando la nombro,
un trozo de tela que conserva el calor de lo que ya no guardo,
un vacío perfectamente delineado,
que quizá, 
todavía,
me permita decir quién soy "yo".

 
G.G.


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