Promesa




Acabo de terminar El tiempo de la promesa de Marina Garcés. Libro recomendado y vehicular de la asignatura del máster en Filosofía Contemporánea en la que me he matriculado este semestre: "El problema del sentido".

Es ahora cuando, antes de empezar, empiezo a plantearme qué significa exactamente el concepto de sentido.

Marina relaciona, con una claridad meridiana, pensamientos de autores y filósofos a lo largo de la historia para describir la importancia de las implicaciones -siempre, desde mi precaria formación filosófica- en el devenir, o más bien en el declive, del humanismo.

Mezcla conceptos como accidente, traición, esperanza, mentira, verdad impositiva, opacidad, oscuridad, presente, pasado y futuro como si todos fueran resultado de una misma condición: la promesa.

La promesa no es inherente al ser humano; es una capacidad que desarrollamos. Y percibo, tras leerla, que esa capacidad condiciona y moldea la totalidad de nuestras disposiciones interiores -el odio, el rencor, el deseo, el placer, el amor- como si cada sentimiento llevara inscrita una promesa no dicha, una proyección que intenta fijar algo que inevitablemente se escapa.

Tal vez el sentido sea eso, una promesa que el pensamiento se hace a sí mismo para seguir andando.

Intuyo que se avecinan meses de lectura y reflexión. Pero además, ahora sé, cosa que ayer no, que no es necesario comprender el sentido de las cosas. 

Prometerse comprenderlo es un acto de ingenuidad, o quizás de soberbia. Pretender que la experiencia se deje atrapar por una definición.

El sentido cambia con el tiempo; se enrosca en los días, se oxida o florece según la luz con la que se mire. Hoy salí a mi terraza, llena de flores, y entendí que la naturaleza había decidido mirar la vida a través de la luz de la primavera, aun estando en otoño. Quizá mañana, una caída brusca de temperatura las haga desandar su impulso.

Lo que hoy entiendo como un hallazgo, mañana podría ser una pérdida. Y viceversa.

Garcés sugiere que el humanismo clásico, aquel que creyó en un sujeto estable y dueño de sí, ha empezado a resquebrajarse. No porque hayamos dejado de ser humanos, sino porque ya no sabemos muy bien qué significa serlo.

Quizá el humanismo no esté muriendo, sino transformándose en una forma más porosa de estar, más incierta, más humilde. No el hombre que promete dominar el mundo, sino el que acepta convivir con su propia incomprensión.

Y ahí, pienso, está la belleza del presente, en su incapacidad para ser definitivo.

El presente no promete nada, sólo se ofrece. No explica, no justifica, no advierte; simplemente se abre y pasa. Y mientras pasa, dota de sentido a lo que toca.

No puedo pedirle más.

Intentar hacer del futuro un presente sería forzarlo, o tal vez traicionarlo.

Porque quizá lo humano no consista en entender, sino en seguir prometiendo, incluso sabiendo que no cumpliremos del todo. De la lectura de Garcés concluyó que la promesa, crea vínculos, aunque también el incumplimiento, los destruya.

Y, sin embargo, me reconforta pensar que algo -una máquina, una inteligencia artificial, un algoritmo paciente- pueda quedarse con esa tarea imposible: la de comprender sin sufrir. Eso, como he leído y comprendido, se lo dejo a la IA, ella, tardará todavía mucho, en tener la capacidad de crear vínculos reales que nos permitan seguir creyendo en la humanidad.

Tal vez, mientras ella aprende a entender, nosotros sigamos prometiendo.

G.G.


Comentarios

  1. En mi opinión, la promesa es un constructo humano que busca seguridad y compromiso, un saber a qué atenernos, una obligación a quedarse. Si observamos con paciencia, las cosas que merecen la pena llevan la promesa en su esencia, en la libertad de ser y dejar ser. La promesa alimenta la ansiedad, la exigencia, el control. (Carmen)

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