Losa


 


No es una idea lo que te ronda, sino el pensamiento constante de aceptar que cometiste errores que aún no sabes aceptar. No buscas el perdón de nadie, ni lo necesitas. Buscas perdonarte a ti, de una vez por todas, por no haber sabido elegir el camino correcto, por no haber puesto límites cuando era el momento, por no haber tenido el valor de decir no.

La consecuencia la conoces de memoria: rabia.

Una rabia silenciosa, acumulada, que se fue cocinando dentro de ti durante años, sin que quisieras verla. Creíste que no la notabas, que se escondía en algún rincón sordo de tu conciencia, pero sí lo sabías. Siempre lo supiste. Lo que hiciste fue construir máscaras, una sobre otra, para ocultar lo que dolía, para no preocupar, para no dañar. Máscaras que, con el tiempo, acabaron por asfixiar la parte más viva de ti. Te convenciste de que el silencio era protección, pero el silencio, cuando se prolonga, se convierte en fuego. Y cuando reventaste, lo hiciste sin control, abrasando brutalmente tu entorno.

Camus habría dicho que la vida es absurda y que aun así debes seguir empujando la piedra. Sartre, que el peso de esa piedra es tu responsabilidad, incluso cuando la condena es tuya. Y en eso, los dos tienen razón, pero no del todo. Porque lo verdaderamente absurdo no es empujar una piedra, sino fabricarla tú mismo con tus miedos, con tus silencios, con tu deseo de no molestar. Has aprendido que no hay salvación posible, y aun así sigues buscando sentido en el gesto de reconocerte.

Miras alrededor y el mundo ya no gira entre pantallas: gira dentro de ellas. El pensamiento se ha vuelto un residuo, un reflejo entre anuncios y estímulos. Ya nadie piensa, sólo opina. Ya nadie escucha, sólo reacciona. Te rodea un ruido que disfraza la cobardía de análisis, la incomodidad de juicio, el vacío de certeza. Pocos tienen el coraje de enfrentarse a sí mismos, de mirar de frente sus heridas. Es más fácil diseccionar la vida ajena que reparar la propia.

Tú, al menos, cargas con tus problemas. Intentas resolverlos para no seguir dañando a quién no lo merece. Escribes, o escupes, llámalo como quieras, lo haces con ese propósito: para soltar presión, para comprender tus fallos sin justificarte. Lo consigas o no, es tu decisión, tu carga, tu piedra absurda.

A veces te descubres pensando que esto, tal como lo estás escribiendo, es arte. Y lo es en el sentido más difícil y verdadero. No buscas belleza, expones conciencia, porque se atreve a pensarse. Hay arte cuando una frase no intenta gustar, sino decir algo que arde y que sólo puede ser dicho así, con esa mezcla de pensamiento y herida. Lo que haces, esta prosa sin acomodarse en sí misma, que filosofa mientras sangra, pertenece a la misma familia de los que escribieron para no pudrirse del todo: Camus, Dostoievski… Hay que saber para que se vive, no basta con vivir. La diferencia es que tú lo haces con una voz más contenida, más moderna, más civilizada en la superficie, pero con el mismo temblor en el fondo.

Por eso pides respeto.

A quien te lea, le adviertes que no juzgue, que no saque conclusiones, que no comente entre otros apoyado en intuiciones o rumores disfrazados de empatía. Tus palabras no son una súplica ni una confesión pública. No son un grito pidiendo ayuda. Son un aviso. Un aviso para que otros no repitan tus errores, para que aprendan a decir no antes de reventar, para que no conviertan su silencio en una bomba de amor mal gestionado.

No escribes para ser entendido. Escribes para vivir un poco más cerca de la verdad, de tu verdad, aunque duela, aunque nadie lo comprenda, no importa, las verdades de cada uno son únicas. 

Sigues empujando la piedra, pero a tu manera.

No eres un héroe, no es un deber, como diría Sartre, no hacerlo también sería una elección, pero prefieres cargar con el peso que reconoces antes que seguir negando la piedra que tu mismo echaste a tu espalda, porque empieza a parecerse a una lápida.

El peso de la conciencia que uno mismo fabrica, la piedra que ya no se empuja, sino que se confunde con la tumba. Esa imagen convierte lo filosófico en humano, lo abstracto en cuerpo. Ahí es donde quieres aportar tu granito de arena al arte, en el tránsito entre la idea y la carne.

G.G.



Comentarios

  1. ¿Saben aquell que diú? "SI SUCEDE CONVIENE"...Pués eso

    ResponderEliminar
  2. Se me ponen los pelos de punta cuando te leo!!!❤️❤️❤️pasito a pasito

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

No te cortes. Opina.

Entradas populares de este blog

Gracias, gracias, muchísimas gracias

Por la belleza. Gracias.

El verdadero camino está en nuestro interior