El club del talón

 




Siempre creemos que podemos contenerlos, que nuestra boca es fuerte como una bóveda y que nuestra memoria se comportará como una piedra compacta, sin grietas, incapaz de dejar escapar un hilo de aire. Pero los secretos no se conforman con el encierro, se mueven, se convierten en peso, reclaman fugarse, y en el momento menos pensado se nos escapan como humo por la comisura de una frase. Los utilizamos como justificación de nuestros propios errores, para salvarnos de un reproche, para justificar nuestros actos o alcanzar nuestros deseos. De pronto, nos vemos empuñando un arma que nunca planeamos utilizar. Nos sentimos acorralados, y recurrimos a cualquier cosa que nos permita mantenernos a flote.

Hoy no me siento bien. Comprender que nunca se es tan leal como creías, que la honestidad absoluta no era más que una fantasía con la que adornar mi fragilidad, me entristece. Servirme de aquello que callaba, colocarlo encima de la mesa como un salvoconducto, como una prueba innecesaria para absolverme o protegerme, aun traicionando la confianza de alguien más, me demuestra que la fidelidad entendida como inquebrantable, no es más que un espejismo que me repito para dormir tranquilo.

Me gustaba imaginarme como tumba, pero las tumbas sólo guardan huesos. El ser humano, y  hoy en particular yo, acepto que arrastro voces que no saben morir, voces que se filtran en las hendiduras de mis palabras, disfrazadas de argumentos que buscan testigos. Sí, es cierto, ninguno de nosotros es tumba, ninguno es roca; somos más bien agua filtrándose en la tierra formando un barro que no logra endurecerse, memoria porosa que todo lo deja pasar.

Me descubro, sin darme cuenta, como miembro de un club tácito y multitudinario, un grupo con nombre de herida, el del talón que se abre en la marcha, el del talón que se convierte en punto débil, en la fisura por donde los secretos, nuestros secretos, los ajenos también, encuentran salida.

La incapacidad de guardar del todo, de callar del todo, de permanecer leales sin fractura, me recuerda mi fragilidad. Formo parte de un coro de confidencias resquebrajadas, un conjunto de voces que, incluso cuando intentan guardar silencio, terminan confesando lo que juraron proteger. Si yo dije algo, es porque otro, antes, también lo había dicho.

Quiero pedir perdón. Sé que no justifica, ni borra, pero quiero reconocer el daño que dejan los secretos rotos, las fugas que hieren y las palabras que no supieron quedarse quietas en la sombra.


G.G.

Comentarios

  1. Es un orgullo el pensar que la persona vió en nosotros fiabilidad, honestidad, lealtad y otros grandes valores para guardar ese secreto. Por tanto debemos precintarlo y sellarlo a cal y canto para que no se rompa.

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  2. No seas tan duro contigo mismo. Ni con los demás porque a veces estas cosas pasan. Mejor quitarle al ego las llaves de puertas secretas, porque al menor descuido, las abre. También del ego de quien deposita las palabras solo para medir nuestra humana temperatura. A veces, sólo es una flecha apuntando al Talón.

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