El olvido de lo compartido
Tengo mucho que decir, muchas palabras encerradas queriendo salir. Estoy escribiendo un ensayo sobre G. Simmel, y me paro a pensar en su concepto "blasée", esa actitud humana completamente desensibilizada, alienada por la metrópoli y la vida social.
No se trata de lo pronto que se nos olvidan las cosas, sino de todo aquello que ni siquiera llegamos a recordar porque vivimos en un individualismo tan absoluto, tan cuidadosamente construido por el sistema social que nos rodea, que ya no nos parece importante. Ni capitalismos, ni comunismos, ni repúblicas, ni autocracias. No es una cuestión de etiquetas. Hablamos de un sistema económico que ha perfeccionado la idea de que el mérito es exclusivo, que el esfuerzo es propiedad privada y que el éxito tiene una sola firma: la nuestra.
Y no. No es así. Al menos yo, no lo veo así.
Se nos olvida que si hemos llegado hasta aquí es porque alguien nos trajo al mundo. Alguien nos parió con dolor y nos sostuvo en brazos cuando ni siquiera podíamos sostener nuestra cabeza. Si empezáramos a pensar desde ahí, desde ese primer instante en que respiramos gracias al cuerpo de otra persona, entenderíamos que todo —sí, todo— ha sido posible también por los otros. No en lugar de nosotros, sino con nosotros.
¿De qué sirve el esfuerzo si no hay una mano que abre la puerta para que entres? ¿Cómo hubieras aprendido a leer sin alguien que se sentó contigo a enseñarte? ¿Quién veló por ti cuando eras una criatura indefensa? ¿Cuántas veces te sostuvo un amigo, una vecina, un maestro, un padre agotado al final del día? ¿Cuántos silencios compartidos te salvaron sin que te dieras cuenta?
Claro que el camino lo eliges tú. Nadie lo niega. El esfuerzo es tuyo, las decisiones también. Pero no olvides —por favor, no olvides— que cada paso lo das sobre un suelo que alguien más allanó. Que todo lo que eres tiene huellas ajenas. Que no hay triunfo que no haya sido, al menos en parte, un logro compartido, aunque sea en la sombra.
No te creas autosuficiente del todo. No porque no seas fuerte, sino porque no estás solo. Y porque en ese olvido silencioso de los demás, se nos está escapando la esencia de lo que nos hace verdaderamente humanos.
Nos creímos fruto sin rama,
sin tierra,
sin manos que sembraron el origen.
Pensamos que bastaba con el pecho inflado,
la frente erguida,
el discurso del mérito,
y un dios menor llamado esfuerzo.
Olvidamos el vientre,
la sangre,
las horas rotas de otros
para que hoy pisemos firme.
Como si nacer no fuera ya un acto colectivo.
El maestro que no recordamos,
la vecina que tejió un abrigo sin pedir nombre,
el padre al que se le cerraban los ojos en el andén.
¿Y todavía hablamos de logros?
El sistema no se llama país.
Se llama olvido.
Y nosotros,
desmemoriados con título.
Autosuficientes de mentira.
Huérfanos por elección.
G.G.

No sabía de tu forma linda de escribir 😘
ResponderEliminarGracias. Recuerda poner tu nombre al comentar y podré hacer referencia
ResponderEliminarBravo. Me gustó.
EliminarGracias Rodolfo. Un abrazo.
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