Mi diario. Año 1982. Reflexión posterior sobre sexo y amor. Otro gallo cantaría.
Hoy quiero comenzar de una manera
especial, compartiendo dos fragmentos de un cuaderno en el que solía escribir
cuando era pequeño. Es una lástima que no guarde muchas cosas de esos años,
apenas seis o siete notas, pero siento que algunas de ellas pueden resonar con
lo que quiero contaros hoy. En este caso, tras las transcripciones, os dejo una
reflexión personal sobre sexo y amor. Es tan solo mi visión, no tengo la
intención de molestar a nadie si piensa de manera diferente, pero creo que es
importante que meditemos, con sinceridad y honestidad, si debemos seguir
manteniendo ese vínculo forzado entre amor y sexo.
Miércoles, 14 de abril de 1982
¡Buah! Hoy parecía que no iba a pasar nada especial, y al
final, flipé. Estábamos jugando al béisbol cuando Fernando, con esa cara de
quien tiene un secreto, suelta:
—Mi padre ha comprado un proyector de esos de cine, de
8mm.
Nos quedamos todos mirando, pensando, ¿y? Pero no nos dio
tiempo a decir nada porque el tío, va y dice:
—Creo que es para ver pelis de mayores. De esas… ya
sabéis.
Se hizo un silencio de la leche. Pedro Luis casi se
atraganta con el Bollycao que le había dado su madre para merendar. A mí me
dieron un trozo de pan con queso. La señora Carmela siempre tiene cosas más
chulas. Merceditas puso una cara de no querer saber nada, y Mario, que es el
más travieso, como decía mi madre, va y dice:
—¿Y quién las va a ver?
Fernando suelta el bate y dice:
—Que sepáis que mi padre ha hablado con todos los
vuestros para verla el domingo por la tarde.
O sea, ¡no me lo creo! ¡Todos nuestros padres juntos!
¡Todos! Mamá, papá, Carmela, Pedro Luis, Mercedes, Enrique… ¡todos en el salón
de Pepe viendo esas películas! No me lo podía creer. Yo nunca había pensado que
los adultos también fueran curiosos con esas cosas, y mucho menos que lo
hicieran juntos. ¿Por qué lo harán?
Y como de todos, el más curioso soy yo, se me ocurrió que
planeáramos descubrir qué harían el domingo. ¡Tengo muchísimas ganas de saber
qué pasa! jajaja
Domingo, 18 de abril de 1982
Nada más terminar de comer, yo ya estaba de los nervios,
te lo juro. Papá y mamá se estaban arreglando, solo dijeron que iban a salir, y
claro, yo sabía que iban a donde Pepe. ¿Para qué arreglarse si mamá, cuando
bajaba a casa de las vecinas, iba en zapatillas?
Salieron por la puerta como si nada, como si fueran a
jugar a las cartas o algo, pero yo sabía la verdad. Habíamos quedado Pedro
Luis, Mario, Fernando y yo, que en cuanto salieran de casa, cinco minutos más
tarde, nos veríamos en el rellano sin hacer ruido. A Fernando le había invitado
la señora Mercedes a comer, a veces lo hace, yo he merendado en su casa muchos
días, pero claro, Merceditas, su hermana, se había ido con unos primos y los
mayores los domingos se iban a la disco y no estaban, así que la casa era solo
para ellos.
Fuimos sin hacer ruido, pero estábamos cagados por si nos
pillaban. Me parto de la risa, porque Mario había cogido de casa unos vasos de
plástico y les hizo un agujero, como cuando jugábamos a los teléfonos con dos
vasos y un cordón, jajaja, y cada uno nos lo hemos puesto en la oreja para pegarlo a la
puerta.
No se oía nada de nada. Creo que estuvimos por lo menos
veinte minutos y nada. No se oía ni una risa, ni el sonido del proyector.
Y Mario, el tío, dice:
—¿Y si la película es muda?
Eso me preocupó un poco, porque yo quería saber qué
pasaba. Hace dos semanas, me besé en el cuarto trastero del Isra con Eva y
Sonia, jugando a "beso, atrevimiento y verdad", y no sé si ellos
estaban haciendo lo mismo o qué. Con el beso de Eva, sí que sentí algo raro,
pero con el de Sonia, no.
Al final, cada uno se fue a su casa. Nos quedamos con las
ganas de saber qué pasaba. No sé qué habrán pensado los otros, pero a mí me
parece raro que quedaran para ver esas pelis si no es para hacer cosas raras,
aunque pensarlo me da un poco de vergüenza.
Reflexión filosófica sobre la inocencia infantil y la
educación sexual: 38 años después
Han pasado 38 años desde aquellos días de juegos
inocentes, de secretos susurrados entre amigos, de curiosidad natural sobre lo
que sucedía en el mundo de los adultos. En aquella época, las preguntas sobre
la sexualidad eran un misterio impenetrable para nosotros, los niños. El acceso
a la información era limitado, y las fuentes que nos llegaban eran, a menudo,
inexactas o incompletas. Había un velo de ignorancia, pero también una especie
de pureza en esa ignorancia, una forma de ver el mundo desde una óptica de
asombro y fascinación, sin la presión de los estereotipos o los modelos
impuestos por la sociedad. La sexualidad era un concepto lejano, reservado para
los adultos, un "tema de mayores" que nos llenaba de curiosidad, pero
también de inseguridad, porque carecíamos del contexto necesario para
comprenderlo de manera adecuada.
Hoy en día, en cambio, vivimos en un mundo saturado de
información. En la era digital, la sexualidad está presente en cada rincón de
internet, en la televisión, en las redes sociales. Los niños, antes de alcanzar
la adolescencia, pueden estar expuestos a contenidos que, en el pasado, eran
impensables a su edad. La curiosidad sigue existiendo, pero el camino hacia el
conocimiento está lleno de caminos equivocados, y a menudo, estos caminos no
son guiados por los principios de respeto, responsabilidad o valores humanos.
El acceso casi instantáneo a la pornografía, junto con la desinformación que la
acompaña, puede llevar a una visión distorsionada del sexo, despojando a los
jóvenes de la oportunidad de descubrir la sexualidad de manera sana y
respetuosa. Esto crea una desconexión entre lo que debería ser una experiencia
natural y lo que se les presenta como el "ideal" en los medios.
Entonces, ¿Cuándo es apropiado que los niños dejen de ser
"niños"? ¿Qué significa dejar de ser niño, si esa transición no solo
tiene que ver con la madurez física, sino también con el despertar emocional e
intelectual hacia el mundo que nos rodea? En nuestra sociedad actual, parece
que hay una prisa por acelerar esa transición. Los adolescentes son empujados a
adoptar roles de "adultos" a edades cada vez más tempranas, pero ¿es
realmente beneficioso? ¿Estamos permitiendo que los niños mantengan su
capacidad de asombro, su inocencia, mientras reciben la educación necesaria
para enfrentar una realidad que, aunque compleja, también debe ser entendida de
manera profunda y reflexiva?
El desafío al que nos enfrentamos hoy es cómo educar a
los niños sobre sexualidad de manera que el conocimiento no implique únicamente
la búsqueda de la gratificación inmediata, el morbo o el sexo vacío que se
muestra en la pornografía. Ojo, no estoy en contra de todo ello, sino todo lo
contrario, pero considero que debe ser parte de una educación sexual integral, ética
y responsable. Es necesario que los niños comprendan que la sexualidad no es
solo un acto físico de satisfacción instantánea, sino una experiencia más
compleja, vinculada al respeto, la responsabilidad y la comprensión mutua. La
educación sexual debe ser integral, enseñando no solo sobre el acto en sí, sino
también sobre las emociones, los límites, el consentimiento, y la importancia
de crear relaciones basadas en el respeto y la igualdad.
Es fundamental que revaloremos cómo hablamos de
sexualidad en casa, en las escuelas y en los medios. Los niños deben aprender a
reconocer la diferencia entre el amor y el deseo, entre la conexión emocional y
la simple satisfacción física. Debemos enseñarles que el deseo, el cariño y el
respeto son elementos esenciales de cualquier relación íntima, pero también que
el sexo no siempre necesita estar ligado a una relación emocional o romántica.
El sexo, por sí mismo, es una experiencia válida y saludable cuando se lleva a
cabo de manera respetuosa, consensuada y libre de coacciones. No todo acto
sexual tiene que ser una expresión de amor romántico; también puede ser una
forma legítima de disfrutar y explorar nuestra propia sexualidad sin que ello
implique una conexión afectiva necesariamente profunda.
Por otro lado, también debemos permitir que los niños y
adolescentes sigan siendo niños el tiempo que necesiten. En un mundo que
constantemente les empuja a crecer rápido, es vital que ofrezcamos un espacio
para su desarrollo emocional e intelectual en el que no se les presione ni por
la sobrecarga de información, ni por expectativas sociales. Cada niño debe
tener la oportunidad de explorar su identidad y su comprensión de la sexualidad
a su propio ritmo, guiado por una educación responsable que no les prive de su
inocencia, pero tampoco les haga caer en los peligros de la desinformación.
Así, la pregunta sigue abierta: ¿a qué edad debe un niño
dejar de ser niño? Quizá la respuesta no esté tanto en un número determinado de
años, sino en un proceso gradual, donde los adultos jueguen un papel
fundamental como guías sabias, ofreciendo los recursos adecuados, el contexto
adecuado y el amor adecuado para que el paso hacia la adultez sea saludable,
respetuoso y consciente. Lo que está claro es que, como sociedad, debemos
esforzarnos por proporcionar una educación sexual que no sea solamente un
"manual" de lo que es el sexo, sino una enseñanza profunda que aborde
la complejidad de las emociones, las relaciones y la humanidad misma.
La inocencia de los niños, como la de aquellos que
jugaban al béisbol en 1982, no debe ser un lastre ni un obstáculo, sino una
oportunidad para enseñarles de manera respetuosa y coherente cómo navegar el
mundo de la sexualidad, un mundo que es hermoso cuando se aborda con madurez,
empatía y, sobre todo, valores humanos que nos conecten más que nos separen.
En cuanto al sexo en sí, creo que es importante reconocer
que el sexo, en sus diversas formas, es una experiencia válida y humana,
independientemente de si está o no vinculado a una relación sentimental. La
sexualidad no tiene que estar atada al amor romántico o a una conexión
emocional profunda para ser significativa o legítima. El sexo, por su
naturaleza física, puede ser una experiencia de disfrute y exploración
personal, y eso tiene su valor. Lo fundamental es que cualquier acto sexual
debe basarse en el respeto mutuo, el consentimiento y la comprensión entre las
personas involucradas. El sexo no debe ser una fuente de presión o coacción, y
en este sentido, es importante que se practique de manera respetuosa, sin la
necesidad de que siempre esté relacionado con una historia de amor o con
expectativas emocionales profundas. Lo que realmente importa es que todos los
participantes estén de acuerdo, se respeten y se valoren mutuamente, sin que la
idea de amor romántico sea una obligación para que el acto sexual sea válido o
positivo.
Ha llegado la hora de educar a las nuevas generaciones,
separando con total claridad amor y sexo, porque confundirlos ha sido siempre
una forma de represión, muchas veces vinculada a creencias religiosas, y todos
sabemos que eso no trae buenas consecuencias.
Otro gallo cantaría.

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