Inerme
Esta poesía la comencé a escribir hace algún tiempo. Sinceramente, nunca imaginé que llegaría a ver la luz. Eran solo pensamientos inconexos, reflexiones propias de alguien que no es capaz de no cuestionarse todo lo que siente, pero sin saber a ciencia cierta si lo que experimenta era realidad o sueño.
Anoche me costaba dormir y, como es habitual en mí, cuando no duermo, me encuentro sumido en pensamientos, análisis, estructuras, y estableciendo las bases del camino por seguir. Podría haber esperado para incluirla en el libro de poesía que estoy preparando para publicar, pero creo que debe formar parte de Cosas de la vida by GG, y salir a luz en este momento..
Inerme
La tristeza no llega en un golpe abrupto,
sino
como una neblina densa que se extiende en el alma,
como
una marea que avanza sin prisa,
absorbiendo
todo sin que el cuerpo logre defenderse.
Desvanecen
los colores,
la
música se hace distante,
el
reflejo del espejo no responde,
y
el rostro que devuelve es otro,
irreconocible
en su quietud.
El
dolor se infiltra en los huesos,
en
la carne,
en
el tiempo mismo,
cambia
la textura de las horas,
y
cada minuto es una eternidad que no se puede detener.
La
mente, entonces, busca razonarlo.
Cierra
los ojos e intenta desentrañar su lógica,
como
quien busca las grietas en un muro que nunca ha existido.
Y
al final, entiende que no se puede.
Que
hay una forma de dolor que no cede ante la razón,
una
verdad que no se puede explicar,
porque
hay heridas que no se cierran,
solo
se acomodan dentro del ser.
El sufrimiento se convierte en una constante,
en
una forma de habitarse,
una
piel que nunca se desprende.
Ya
no se lucha por sanar,
se
lucha por vivir con ello,
como
quien lleva una cicatriz que no borra el paso del tiempo.
Y
la vida avanza,
sin
preguntarse si está bien o mal,
si
se puede o no se puede.
Lo
único que queda es el intento
de
sostener la fragilidad sin quebrarse del todo,
de
caminar, aunque las piernas tiemblen,
aunque
los pasos suenen vacíos.
Hay cosas que no se pueden cambiar.
Momentos
que se arrastran,
no
porque no se quiera liberarse de ellos,
sino
porque no existe un camino hacia la liberación.
El
sufrimiento es una sombra que se queda,
y
lo único que puede atenuarla
es
la luz ajena,
el
gozo de quienes aman,
el
resplandor de quienes siguen adelante,
de
aquellos cuyos corazones laten en otro ritmo,
y
que, sin saberlo, nos devuelven algo de lo que se ha perdido.
Es
en la felicidad ajena,
en
sus sonrisas, en sus gestos,
en
el abrazo de sus vidas,
donde
se encuentra un pequeño equilibrio,
como
si el dolor pudiera ser compartido,
como
si, en su felicidad, pudiera encontrarse la paz
que
nunca se halló́ en uno mismo.
G.G.

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