Falsa Intimidad
Estoy leyendo Fiesta, titulado Seis relatos de hoy, mañana y pasado mañana, de Juan Domínguez, y en particular, el relato inicial de Giulia Palladini, Microclimas de la Intimidad. Este texto me hace pensar en la intimidad, no como algo que se busca, sino como algo que aparece, casi de manera accidental, en momentos compartidos con desconocidos. La intimidad, según Palladini, se reconoce, no se impone. A veces se construye, pero otras simplemente surge en un instante fugaz, en un gesto que parece no tener importancia pero que, de algún modo, lo cambia todo. Es curioso cómo un pequeño acto, como una bolsa de patatas fritas ofrecida en un tren, puede convertirse en un espacio compartido de intimidad. No es tu historia, no es la suya, pero, por un momento, ambas se entrelazan. No hay juicio, no hay expectativas, solo un espacio común donde algo se comparte sin necesidad de comprenderlo.
Y, sin embargo, te detienes a pensar por qué ese tipo de intimidad parece fluir tan fácilmente con extraños y se vuelve tan difícil con los conocidos. ¿Por qué, cuando se trata de quienes más quieres, la intimidad parece convertirse en algo complicado? Con extraños, no hay historia compartida, no hay un después que complique las cosas. Lo que ocurre en ese momento es solo eso, y no hay nada que lo arruine. Pero con los cercanos, con quienes el tiempo ha tejido historias y expectativas, la intimidad parece más complicada. La confianza, que debería ser el refugio más seguro, se convierte a veces en una barrera. Temes el juicio, el reproche, el malentendido. Es como si la cercanía, en lugar de facilitar la intimidad, la condicionara, la llenara de temores y emociones no resueltas, de cargas que no se quieren compartir. En lugar de una apertura, la cercanía se convierte en un campo de minas, donde cada palabra, cada gesto, se examina más profundamente, con la presión de no causar daño.
Entonces, te preguntas si no es una paradoja que busquemos microclimas de intimidad con extraños, pero se nos haga tan difícil con aquellos que amamos. Tal vez la respuesta esté en la libertad que ofrece lo desconocido. Con los extraños, no hay historia que seguir, no hay expectativas de lo que debería ser. Todo lo que ocurre, por breve que sea, se queda en el aire, sin consecuencias. Pero con los conocidos, la intimidad se convierte en algo más pesado. La confianza, que debería ser el terreno más fértil, se convierte en un terreno minado. El miedo a herir, a ser juzgado, a que algo cambie, nos detiene. Nos volvemos cautelosos, tratando de proteger lo que ya hemos construido.
Y, sin embargo, te das cuenta de que lo que nos ofrece Juan Domínguez en sus performances, como en Clean Room, es precisamente lo que echamos en falta en nuestras relaciones cercanas. Esa capacidad de crear microclimas de intimidad, espacios donde el juicio y el miedo se disuelven, aunque sea por un instante. En el escenario, los espectadores se convierten en parte de un momento efímero de colectividad, donde no importa quiénes son ni qué esperan del otro, solo existe la experiencia compartida del ahora. Pero, ¿por qué nos resulta tan difícil generar algo similar en nuestra vida diaria? ¿Por qué el miedo al juicio o al conflicto nos impide ser auténticos con quienes amamos?
Quizás la respuesta radique en que, al igual que en los espacios efímeros de lo desconocido, la intimidad debería ser un refugio, un espacio donde no se nos pida más que ser quienes somos, sin temor a lo que los demás piensen. Tal vez aprender a abrir esos microclimas de intimidad con los cercanos sea cuestión de dejar atrás las expectativas, de dejarnos llevar por el momento sin miedo a lo que pueda surgir. En lugar de temer que la cercanía implique obligación o juicio, deberíamos abrazar la vulnerabilidad como una oportunidad de conectarnos de manera más profunda. Y, tal vez, así, esos pequeños momentos de intimidad que Juan Domínguez genera en el teatro también puedan florecer en nuestra vida cotidiana.
Graciliano Rodriguez Gabriel.
(Hoy firmo asi, para compartir con todes mi intimidad)
La intimidad de un momento ante un desconocido es el fogonazo de una traca en fiestas. La intimidad en una relación más larga es encender una chimenea: hay que buscar palos, cerillas, preparar el lecho de la leña. A veces no prende por la humedad, otras te llena la casa de humo y cenizas en suspensión. Te abrasa de calor o se apaga cuando menos te lo esperas, dejándote helada si no has estado atenta, si no es compartido el curro. Pero, qué hay más agradable que un buen fuego de chimenea?
ResponderEliminarAhí, ahí está la clave. ¿Qué entendemos realmente por intimidad?. Ya no sabemos, a veces, ni quienes somos. Aún así, entre tanta ignorancia autoimpuesta, seguro que seremos capaces de hacer un buen fuego, es cuestión de elegir bien la madera.
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