El peso de las piedras
Yo, en mi
línea. Ayer, un amigo me comentó si, en un determinado momento de mi vida,
decidiría borrar el contenido que he subido a lo largo de ella, con el fin de
borrar el rastro de tiempos pasados. No sé si con la intención de darle al
futuro una nueva oportunidad o con la de mantener cierta discreción (que, en
realidad, cuestiono) frente a personas que puedan formar parte de mi vida en
adelante. Le doy vueltas a todo, y dar vueltas es dar bandazos. Entonces, me
levanto, me pongo a pensar, a escribir notas, a investigar lo que dicen otros
al respecto, y me entran las ganas de escribirlo y lanzar mis reflexiones al
mundo.Aquí os dejo
lo que hoy pienso.
El camino no
se borra. Hay quienes intentan alisar la tierra, borrar las huellas, recoger
las piedras que un día hicieron sangrar sus pies. Pero la memoria es tozuda: lo
que fue no deja de ser porque se oculte.
Y entonces,
¿qué hacemos con las redes sociales, ese escaparate en el que colocamos solo
lo que queremos que el mundo vea? ¿Es necesario eliminar lo que un día
mostramos con orgullo? ¿Acaso borrar una foto, un nombre, un fragmento de
historia, nos libra del peso de haberlo vivido? ¿Es esta la manera correcta de
gestionar la memoria, o solo una ilusión, un truco de escapismo digital?
Algunas
piedras fueron llaves que abrieron pasos seguros, otras hicieron doblar
tobillos con su filo inesperado. Algunas fueron suaves, pulidas por el tiempo,
dejando la piel ilesa. Otras quedaron incrustadas, heridas abiertas en la
planta del pie. Nietzsche advirtió́ sobre el peso de la memoria: hay que
recordar para aprender, olvidar para seguir andando. Pero olvidar no es
desandar. ¿Y si lo que llamamos "olvido" en redes no es más que una
estrategia de supervivencia? ¿Un modo de convencernos de que, al desaparecer de
la pantalla, desaparece también de la piel?
El tiempo no
devuelve la tierra intacta. Heidegger lo sabía: cada pisada deja su marca, cada
paso hace de uno lo que es. No se puede vivir de espaldas al camino recorrido.
Fingir que no dolió́ es traicionar la autenticidad de la marcha. ¿No es, acaso,
lo que hacemos en las redes? Diseñamos nuestro relato, mostramos lo bello y
escondemos lo roto, como si lo segundo no nos perteneciera, como si no fuera también
parte de quienes somos. Sartre diría que la libertad no está́ en renegar del
pasado, sino en mirarlo de frente y decidir, a pesar de él, el siguiente paso.
¿Pero podemos hacerlo cuando construimos nuestra identidad publica sobre lo que
hemos decidido no mostrar?
Ricoeur nos enseñó́
que el sendero no es solo la piedra que se pisa, sino la historia que se cuenta
sobre ella. No es la herida lo que define, sino la forma en que se nombra. Hay
quienes niegan el trayecto, arrancan las páginas en las que no desean verse
reflejados. ¿Pero qué historia estamos escribiendo si eliminamos lo que no
encaja en la imagen que queremos proyectar? Cada omisión es una grieta en la
propia identidad.
En esta modernidad liquida de Bauman, la gente borra sus caminos con un clic, rehace su imagen como si el pasado no pesara. Desaparecen las fotos, los nombres, las historias. Pero el pie sigue recordando cada piedra, incluso aquellas que ya no se ven. ¿Las redes son un espejo de nuestra identidad o un escenario donde solo se muestra lo ensayado? ¿Estamos construyendo una verdad o solo una mentira bien planificada?
Y así́,
seguimos andando, con el peso de todas las piedras que nos hicieron ser.
Algunas quedaron atrás, otras aún duelen. Pero no se puede olvidar el camino
vivido. Por más que se borre de una pantalla, sigue ahí́, bajo la piel, en la
forma en que pisamos el futuro.
Quizá mañana piense
de otra forma, quizá no. Hoy 28 de febrero de 2025, yo, Graciliano, decido
pensar así.
G.G.
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