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El arte de discutir sin soltarse

—No es cierto. Dijiste que te gustaba. —Dije que no estaba mal. Que no estaba mal no es que me guste. —Pero dijiste que la verías otra vez. —Porque me dormí a la mitad. Silencio. Nos miramos. La guerra fría de los absurdos. Nosotros dos, parados en una esquina cualquiera, discutiendo sobre una película que ninguno quiere volver a ver, pero que ahora se ha convertido en cuestión de principios. Y sin embargo, caminamos juntos. Sin embargo, al cruzar la calle, instintivamente nos agarramos del brazo. Sin embargo, si un coche frenara de golpe, el otro estiraría la mano sin pensarlo. Qué extraño es esto de la amistad. Tan llena de pequeñas batallas ridículas. Tan llena de intentos de tener razón en cosas sin importancia. Y al mismo tiempo, tan llena de certezas: Que no nos gusta el mismo café pero siempre hay uno extra en la despensa. Que no siempre nos entendemos, pero siempre sabemos volver. Que no nos juramos nada, pero seguimos aquí. Tal vez no hace falta entenderse to...

Gracias, gracias, muchísimas gracias

Gracias por nada, por todo, por lo que no pedí y por lo que jamás recibiré. Gracias por ese mensaje sin leer, por el café frío, por la puerta cerrada en mi cara. Gracias por fingir interés, por el ‘te llamo’ que nunca llega, por el abrazo de aire. Gracias por el favor que nunca hiciste, pero oye, qué detalle mencionarlo. Gracias por el consejo que no pedí, por la sugerencia brillante de ‘tienes que relajarte’. Gracias por la oportunidad… de esperar sentado. Gracias por la sonrisa automática, por el "qué majo" sin ganas,  por el "qué ilusión" sin ilusión, por el "qué bien te veo" cuando se nota que no. Gracias por el "qué rico" a la comida insípida, por el "me encanta" a lo que da igual, por el "qué alegría" con ojos de lunes. Gracias por la ovación de cortesía, por el aplauso enlatado, por el "qué bonito" a lo que no miraste, por el "qué suerte tienes" sin conocer la historia. Gracias, gracias, d...

Lo que callamos

Hay secretos que se pliegan como hojas en el bolsillo, doblados con cuidado para que nadie los lea. Palabras que nunca nacen, gestos que mueren en la comisura de los labios. A veces, la intimidad es un hilo de luz bajo la puerta, un murmullo que se filtra entre las rendijas, un roce que apenas sucede y sin embargo pesa.  Pero otras veces es solo un vacío lleno de ruido, una piel que se toca sin tocarse, una confidencia dicha en voz alta pero sin el temblor de quien confiesa.  Lo que ocultamos nos sostiene, nos define en el hueco de la ausencia, en la pausa antes de la palabra, en la sombra de lo que nunca dijimos.  Y aun así, seguimos fingiendo cercanía, compartiendo migajas de verdad con la esperanza de que nadie pregunte por el pan entero. G.G.

Con sólo una mirada

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Abrir los ojos es un acto sencillo, pero también un gesto de entrega. Ver lo que hay, lo que duele, lo que se queda y lo que se va. Dar lo que recibes, aunque a veces lo que llega es el aire sin respuesta, una caricia que nunca rozó la piel. Justicia no es equilibrio, porque el mundo no pesa lo mismo en todas las manos. Porque hay quienes sostienen y quienes sueltan sin miedo al vértigo. Dejar pasar, fluir como el agua que no pregunta por dónde la llevan. Pero también saber dónde detenerse, cuándo hundir los pies en la tierra y decir: aquí estoy, esto soy. Posicionarse sin miedo a las corrientes, pero también permitir que otros encuentren su lugar. Posicionar, no imponer. Valorar y ser valorado, una danza de miradas donde no siempre se es visto. Amar y no ser amado, un río que corre sin retorno, que entrega su cauce sin esperar que alguien lo beba. ¿Y qué queda? Tú. Lo importante siempre tú. No por encima, no a pesar de. Sino contigo, en el centro, en la raíz. Porque al final, los oj...

Falsa Intimidad

Estoy leyendo Fiesta, titulado Seis relatos de hoy, mañana y pasado mañana, de Juan Domínguez, y en particular, el relato inicial de Giulia Palladini, Microclimas de la Intimidad. Este texto me hace pensar en la intimidad, no como algo que se busca, sino como algo que aparece, casi de manera accidental, en momentos compartidos con desconocidos. La intimidad, según Palladini, se reconoce, no se impone. A veces se construye, pero otras simplemente surge en un instante fugaz, en un gesto que parece no tener importancia pero que, de algún modo, lo cambia todo. Es curioso cómo un pequeño acto, como una bolsa de patatas fritas ofrecida en un tren, puede convertirse en un espacio compartido de intimidad. No es tu historia, no es la suya, pero, por un momento, ambas se entrelazan. No hay juicio, no hay expectativas, solo un espacio común donde algo se comparte sin necesidad de comprenderlo. Y, sin embargo, te detienes a pensar por qué ese tipo de intimidad parece fluir tan fácilmente con extra...